El día después...

Soy positiva por naturaleza y mi empeño en ser feliz me condena a luchar contra la adversidad, casi continuamente. No me gusta volver la vista atrás, sólo lo justo. Tampoco suelo hablar de enfermedades, ni me consuela revolver en las penas, me resta energía. Sin embargo, en ocasiones, cuesta mantener el tipo, especialmente cuando las desgracias llegan sin avisar y atacan por varios frentes. Algunas, te dan de lleno, otras, afectan a tu entorno, y todas, te van cerrando un poquito la sonrisa, por muy optimista que seas.

"El día después", los impactos van produciendo reacciones, casi siempre, drásticas: "Hay que vivir intensamente cada día, no sabes lo que te espera a la vuelta de la esquina". Conclusión avalada por nuestro refranero que, como siempre, da en el clavo: "No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy". Y, efectivamente, cada vez que lo he tenido en cuenta, he acertado. Tal vez nos falta un gramo de locura o nos hemos creído invulnerables, quizás hemos calculado mal los tiempos...

En mi opinión, no se pueden posponer los proyectos sin motivo porque muchos tienen fecha de caducidad. Pero tampoco deberíamos caer en el "estrés del jubilado activo", que pretende llevar a cabo en unos años lo que no ha podido, o querido, hacer en su ya larga historia.

"Sin prisa pero sin pausa" es otra sentencia que se ajusta mejor a mi forma de pensar. Implica actividad y deja espacio para la acción y la reflexión.

Que la desgracia, en sus miles de formas, no nos roce. Pero no dejemos alegremente planes colgados en el armario. Se apolillan.