Ni un solo borrón

De vez en cuando voy al cine con mis nietos y, prácticamente en todas las ocasiones, acabamos viendo películas de animación, como se dice ahora. No todas nos encantan, claro, pero son aptas para niños... La cuestión es que "aptas" no quiere decir siempre "apropiadas". Sin duda, hay películas para el público infantil muy buenas en todos los sentidos pero a veces la vulgaridad se cuela. Como ocurrió el otro día.

No puedo evitar, como espectadora, abuela y profesional, que aflore mi espíritu crítico ante una historia para niños floja, mal contada, llena de mensajes inadecuados, sin sensibilidad, ni belleza.

Muchos años de profesión dedicados a la literatura y al periodismo infantil, en una empresa que respeta a su público y cuida el mínimo detalle para que los lectores disfruten y crezcan como personas, no se olvidan nunca. Pero existe el sentido común, y de eso, los abuelos andamos "sobraos".

El caso no es aislado. Me he tragado literalmente películas infantiles necias... con aureola de peliculón, eso sí, enfundadas en un alarde técnico: colores estridentes, flashes, ruidos, bólidos, golpazos... Los niños suelen decir que les ha gustado, tal vez para que repitamos una tarde de cine y palomitas. Solo el pequeño de mis nietos, 4 años, inocente todavía, me ordenó el otro día antes de que terminara la peli en cuestión: "vámonos a casa ya".

Al menos los adultos, deberíamos mantener un coloquio "a posteriori" con nuestros pequeños espectadores para analizar lo que hemos visto, porque el buen gusto se educa, y la crítica cinematográfica y literaria se aprende.