Blog de Dolors Colom Masfret. Plusesmas.com

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Directora Científica del Master Universitario de Trabajo Social Sanitario. Estudios de Ciencias de la Salud. Universitat Oberta de Catalunya (UOC). Profesora asociada del Grado de Trabajo Social. Universidad de Barcelona (UB). Directora de la revista Agathos, atención sociosanitaria y bienestar.

Cuando me dé cuenta de que no puedo conducir: ¿lo asumiré o lo disimularé?

lunes, 6 de febrero de 2012

Merece la pena detenerse a pensar en ello. Simplemente ponerse en la piel y no verlo como algo lejano o como algo que pertenece a los otros. Si seguimos viviendo, llegará el día en que los efectos de los pasos de lo vivido, se antepondrán a los pasos de la vida que nos queda por vivir. Esa experiencia personal que es seguir viviendo, posiblemente con el alma llena de pericia, se enfrentará a un cuerpo que se va tornando barrera. En definitiva iniciaremos un braceado hacia un futuro diferente. Aquello que ejecutábamos sin darnos cuenta, casi automáticamente, se tornará dificultoso o imposible. Algunas posibilidades dejarán de serlo y algunas de las vivencias de las que disfrutamos antaño nos pondrán en riesgo ante lo venidero.

La conducción es una de estas habilidades que cuando se rompe o pierde, no siempre se asume como tal. Y aquí empieza el debate interno que si se ve superado por un «Yo» egoísta generará riesgos, mientras que si se ve superado por un «Yo» generoso, los evitará.

Unos días atrás, una persona me explicaba que sentía como crecía su inseguridad al volante, en especial, señaló, cuando se cruzaba con un autobús o un camión. Sin fijarse en mi estupefacción masculló: «A veces es como si la calle se estrechara a la vez que el coche se anchara. Me pasó hace poco y tuve que pararme. Dejé que el conductor del autobús realizara la maniobra final». Esa persona lleva más de cincuenta años al volante y su historial como conductor no tiene una mota. Para ella conducir era sentir la responsabilidad de la conducción. Sus capacidades hoy, me consta, están menguando, si bien, encuentra la energía suficiente para gestionar el disimulo y convertir episodios de riesgo en algo circunstancial. Le pedí que no corriera riesgos innecesarios y que si ello seguía ocurriéndole tuviera la sensatez y la responsabilidad de dejar de conducir. Me di cuenta, sin embargo, de que eso no ocurriría fácilmente pues al darse cuenta de lo que me había contado centró su esfuerzo en banalizar el asunto. Con su habilidad seductora transformó ese hecho en algo anecdótico y recalcó que, por supuesto dejaría de conducir si se viera inseguro y apeló a su historial en la carretera. No obstante, en su tono reconocí el disimulo y vi cómo rápidamente asumía una pose para eliminar mi preocupación, cambiando de conversación.

Ese resistirse a lo inevitable partiendo de la falsa premisa de que resistir es vencer, de que todo es cuestión de voluntad, en las cosas de la vida, no siempre funciona. ¿O acaso es por nuestra voluntad que nos crece el pelo, o se nos cae, o digerimos los alimentos? Digamos que estamos vivos y, eso ocurre sin más. Quizás, resistir es ganar un poquito, es alargar algo eso que se nos escapa de las manos, pero el «Final», por eso se le llama final, sigue ganando todas las partidas. Nuestra vida, sin embargo, sabiéndose finita nos impulsa a vivirla, a veces nos lleva a confundir ese querer algo con lograrlo. No siempre, «querer es poder».

Cuando las personas por el hecho de haber vivido, van, vamos, perdiendo agilidad física y habilidades reflejas, vemos mermadas, en mayor o menor medida, la capacidad de reacción y la capacidad funcional, nuestra autonomía se reduce para ciertas prácticas incluso las que hemos venido realizando a lo largo de muchos años. Una de ellas, es la conducción que, muy lentamente, con el máximo sigilo, se vuelve una actividad peligrosa para nosotros mismos, para los acompañantes y para los demás conductores que el azar pone a circular en la misma carretera.

Parece una obviedad que ante este hecho uno debería evitar conducir. Sin embargo, nos resultará muy difícil enfrentarnos a esa realidad de pérdida de autonomía y asumirla como parte del precio del seguir viviendo. Es difícil porque implica una toma conciencia de que esa pérdida de reflejos y habilidades, no es ocasional o puntual si no que indica claramente un declive.

El riesgo de accidente, no significa un accidente, pero en el informe de «Siniestralidad vial. España 2010» los accidentes de circulación con resultado de muerte fueron 529 en el grupo de los mayores de 65 años, seguido con 453 el grupo de 25 a 34 años y con 442 el de 35 a 44 años.

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