Blog de Dolors Colom Masfret. Plusesmas.com

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Directora Científica del Master Universitario de Trabajo Social Sanitario. Estudios de Ciencias de la Salud. Universitat Oberta de Catalunya (UOC). Profesora asociada del Grado de Trabajo Social. Universidad de Barcelona (UB). Directora de la revista Agathos, atención sociosanitaria y bienestar.

Los duendes navideños

martes, 4 de enero de 2011

Surcan los vientos. Cabalgan sobre las horas. Atraviesan los días con sabor de antaño y las noches estrelladas vestidas de azul. Resisten a las tardes grises envueltas en nubes furiosas y atormentadas. Son los duendes navideños que acuden disfrazados de aromas, de colores, de sonidos eternos. Se desprenden de lo cotidiano y en su presencia, grandes y pequeños, casi siempre enmudecen. Se les percibe deslizándose sigilosamente por doquier. Son como regalos breves que pasan al galope a nuestra vera. Y sin importar su trayecto, las almas corren tras ellos. Danzan a su antojo sobre nuestras cabezas mientras nos avivan recuerdos antiguos. En su incesante movimiento nos deshojan las sensaciones, las presencias y las emociones pasadas. Nutren lo venidero y revuelven la memoria. Entonces recreamos los universos que fueron nuestra vida. Con sus caricias renuevan las alforjas del deseo y nos regresan a lo que, un día, sin saber cómo, se nos extravió. Por ello, el instinto se rinde a su influjo y tratamos de descifrar esos destellos que siendo desconocidos, los sentimos como propios. Merodeando por los meandros de la infancia, los duendes de la navidad nos devuelven la imagen de las personas queridas. Las que la muerte nos arrebató. Las que nos olvidaron. O las que, simplemente, siguieron otros caminos.

Los días apilados tras su partida carecen de valor y asistimos con estupefacción al escalofrío que su recuerdo sigue despertándonos. A la sazón, nos desplomamos. Tratamos de soportar el peso de las vivencias que soltando las amarras del ayer se cuelan en el hoy. Y, con el pasado trenzado de nuevo al presente cada cual continúa con su devenir. Caminamos, callejeamos, reímos, lloramos y, al mismo tiempo, experimentamos la ambigüedad de un presente que el pasado trata de disolver. El futuro, no obstante, siempre incierto, callado y discreto, espera las nuevas semillas. En cualquier caso, todo ocurre en el aire, en el cielo, en la brisa que nos acaricia al mediodía o en la tempestad que nos azota de noche al encontrarnos soñando despiertos.

Y en ese transitar por los silencios, por los olvidos forzados, la vida, siempre inagotable, se renueva dispuesta a ganar otra partida. Se empeña en proseguir adelante. Las generaciones se van sucediendo unas a otras y esa vida, impertérrita, sigue velando por su propia continuidad.

Los duendes navideños, en su transparencia, son capaces de provocarnos todo eso. Cada año los aromas, los colores, los sonidos navideños llegan puntuales. Brotan de nuevo para salpicar nuestros sentidos. Licuan las emociones y los recuerdos. Siempre acuden precisos a su cita.

Un día, quizás apresurados por llegar a algún lugar, o quizás en un paseo sin plan alguno, salimos a la calle y descubrimos que el frío llega envuelto en olor a vainilla, que por la puerta de una confitería el calor escapa con su chal de chocolate. Que las conversaciones y las tertulias de café se perfuman con los aromas y sonidos de las palabras. Puede que un olor a leña quemada nos aúpe en sus lomos y veloces regresemos a aquellos patios y jardines en donde, en secreto, nuestra infancia sigue jugando. Todo ocurre en los recovecos de la memoria y nos damos cuenta que ya es navidad. Los duendes corren por los caminos del aire. Otro día, desde lo invisible, con el tañer de las campanas, escuchamos sus voces anunciando que otro año acaba de empezar.

Y otra vez oiremos a los más mayores contar cómo los días pasan como locomotoras por encima de las vidas. Los más jóvenes se sentirán eternos aún. Lo mayores ya se saben mortales. El año nuevo invoca propósitos. El paso de las primeras horas se transforma en una galería de sensaciones imposible de fijar, vivencias, al fin y al cabo, que, una y otra vez, duran un instante.

Los aromas, los colores y los sonidos de la navidad despliegan su magia. Mientras, la realidad de cada uno toma relieve. Los extremos no se tocan. Los que se sienten solos se ahogan en su soledad. Los que se creen pobres se hunden en su pobreza. Los que se saben abandonados sufren en su abandono. Y los que se sienten afortunados se convierten en semidioses capaces de todo.

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