Blog de Dolors Colom Masfret. Plusesmas.com

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Directora Científica del Master Universitario de Trabajo Social Sanitario. Estudios de Ciencias de la Salud. Universitat Oberta de Catalunya (UOC). Profesora asociada del Grado de Trabajo Social. Universidad de Barcelona (UB). Directora de la revista Agathos, atención sociosanitaria y bienestar.

Sobre el dolor, la angustia y el instinto de supervivencia

jueves, 8 de septiembre de 2011

El dolor, tanto el físico, como el psíquico y el emocional siempre es inquietante para quién lo sufre y, a través de los siglos, sigue acompañando a la persona, lo hará en un futuro. «El dolor como criterio, es inmutable», escribía en 1934 Jünger (1895-1998) en su libro «Sobre el dolor» (1995, Editorial Tusquets). Y continúa: «variable es, en cambio, el modo y manera como el ser humano se enfrenta a él». En el vivir, conocer cómo cada uno se enfrenta a él, al dolor, con qué recursos psíquicos cuenta, de qué ayudas propias dispone es básico porque a tenor de los tiempos que se avecinan, cada vez más la persona estará a solas con su dolor y lo sufrirá entre los suyos. Los profesionales, ellos y ellas, cada vez tendrán menos tiempo para escuchar.

El dolor y la angustia son parte viva de la vida y ambos permanecerán por siempre asociados al existir. No obstante, nada debe permitir que el dolor y la angustia se adueñen del destino cuyo principal guía es «el instinto de supervivencia», éste, gana siempre, como gana la vida, salvo n el último momento. Recuerdo que mi abuelo decía: «morirse cuesta mucho, toda una vida». Y no pocas veces esa idea de que la vida se debe vivir obligatoriamente porque hasta el último momento no nos abandona, ha sido fuente de consuelo.

Kierkegaard (1813-1855) en su libro «El concepto de angustia» (1979, Ediciones Austral) publicado por primera vez en 1844, introduce la angustia y la relaciona con la inocencia que a su vez vincula con la ignorancia. Escribe: «La inocencia es ignorancia. [...] La Nada engendra angustia. Este es el profundo misterio de la inocencia: que al mismo tiempo engendra angustia». Y sigue el filósofo: «Ver destinada la ignorancia, superficialmente considerada, a convertirse en saber, es algo que no conviene en absoluto a la ignorancia. [...] En la ignorancia del individuo está contenida la culpa de la especie».

La incapacidad para afrontar los hechos que uno mismo ha propiciado, los vértigos frente a la realidad cotidiana, está echando raíces en esa época quizá, mal llamada del bienestar. Mal llamada del bienestar porque éste, el bienestar se confunde con estructuras que se alimentan y sobreviven gracias al malestar. Cuando la pobreza engendra riqueza, muchos serán los veladores para que la pobreza, sea como sea, se mantenga y, a su vez, siga generando riqueza.
La pesadumbre tiñe el día a día de muchas personas cuyo vivir se ha convertido en una experiencia tediosa difícil de sobrellevar. Pero no es momento de rendirse y el conocimiento de la historia de nuestros antepasados puede ser un buen antídoto puede despertarnos este «instinto de supervivencia». Si ellos, con sus medios escasos, sobrevivieron, nosotros también, La energía creativa que impulsa a cada individuo a fundar, a inventar, a crecer, a solidarizarse con sus semejantes, a proteger a los débiles, hoy amenaza con evaporarse. Por eso cada cual debe mantener su ancla vital, la que le permite seguir siendo persona y asumir sus responsabilidades.

Los contratiempos son parte de los tiempos. Pero el instinto de supervivencia no puede entrar en barrena. Cuando todo parece derrumbarse es el momento de dejarlo brotar y expresarse.

La banalidad está cosechando mucho terreno y ello también es fuente de dolor y angustia, un dolor social que genera nuevos marginados.

Las personas que vivimos en sociedades supuestamente avanzadas, las más organizadas y responsables, de momento y haciendo un ejercicio de autocrítica, somos incapaces de generar bienestar entre los habitantes, admitiendo a priori que la principal fuente de bienestar es uno o una misma, asumiendo que el bienestar forma parte de este territorio particular de cada cual y aunque, ocasionalmente, se siembre en compañía, ello casi siempre ocurre en silencio y soledad como la misma cosecha.

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