El significado y origen de los apellidos

Algo tiene la genealogía que es capaz de enganchar a todos los que se adentran en la investigación de sus orígenes. Seguramente será porque la búsqueda de datos sobre nuestros antepasados, sobre quienes nos precedieron, no es más que profundizar un poco más sobre nosotros mismos. Pero además tiene algo de novelesco: descubrir la historia de nuestros abuelos nos convierte en biógrafos excepcionales de sus vidas.

Un apellido, nuestro apellido, es el inicio esa búsqueda fascinante. A veces, es tan claro su procedencia - los Figueroa o los Ulloa, en Galicia; los Roselló o Martorell, en Cataluña; los Echevarría en el País Vasco...- que resulta sencillo conocer nuestros más remotos orígenes geográficos. Otras, podemos sentirnos desencantados cuando ese apellido compuesto que presumíamos "aristocrático" no es más que una coincidencia y no el símbolo de nobleza familiar. O, a la inversa, encontrarnos con que nuestra familia, venida a menos, un día fue toda una enseña en su ciudad de origen.

Quizás, descubramos un "desliz" en la familia: una abuela madre soltera, tapada por los tabúes de la época; o que ese apellido, presuntamente de procedencia judía o gitana, no es tal.

En cualquier caso, tras un apellido, de nuestro escudo heráldico, hay siempre una historia que podemos reconstruir en buena parte a través del Registro Civil, que se regularizó en nuestro país a partir de 1870. Ello no significa que en fechas anteriores no existieran los apellidos. Los registros parroquiales dan fe de la costumbre de apellidar desde finales del siglo XVII. Muchas generaciones para remontarnos al pasado familiar, para descubrir quienes fueron, cómo fueron y cómo vivieron aquellos familiares a los que también debemos la vida.