Elegir residencias para mayores

Afrontar la dependencia de una persona querida es difícil, pero quizás lo es más aceptar que el cuidado en el ámbito familiar se ha hecho imposible. Trasladar a un padre o a una madre a una residencia ha sido culturalmente una decisión socialmente criticada y aún sigue siéndolo. Es indudable que la medida conlleva para la persona afectada y para la familia una ruptura dolorosa, en la que el sentimiento de culpa está siempre presente. Sin embargo, constituye la mejor fórmula para ofrecer a nuestros mayores una atención personal y sanitaria permanente.

El trabajo de la mujer, cuidador fundamental de las personas con dependencia y acompañante permanente de los que no lo son, impide con frecuencia ofrecer toda la atención y compañía que requiere una persona mayor. Hay momentos en los que la persona cuidadora, por edad y por sobrecarga, no puede suplir durante más tiempo el deterioro físico o mental de sus progenitores. ¿Por qué entonces sentirse mal si el objetivo que nos marcamos es asegurar el bienestar de nuestros mayores? Eso sí, hay que buscar la mejor residencia y hacer lo más difícil: hacérselo comprender a los propios afectados, que nunca deben quedar al margen de la medida.

Además, será conveniente hacer muchos números. Acceder a una residencia pública no es tarea sencilla y asumir el coste mensual de una residencia para personas mayores no está al alcance de cualquiera . Pagar una plaza residencial excede en muchas ocasiones la cuantía de la pensión del anciano, por lo que se hace inevitable la colaboración de los familiares o de la venta de las propiedades de la persona mayor. Y, además, no desgrava impuestos.

Aunque nos duela, los mayores con dificultades en actividades básicas de la vida diaria están mejor donde se les brinden las condiciones que estimulen su autonomía y cuidados profesionales. La presencia de personal cualificado en su día a día puede ser fundamental en ese momento de su vida, como lo será en el futuro en la de todos nosotros.