Herencias o caramelos ácidos

A veces, una herencia, además de que supone la tristeza de perder a un ser querido, es fuente de problemas y desamor. ¡Ojalá no tuviéramos que conocer la miserable ambición de algunos miembros de nuestras honorables  familias, capaces de vender su alma al diablo por "un puñado de euros"!

Cuando murió mi abuelo, sus hijos se enfrentaron por una cuestión que, paradójicamente, quedaba clara en el testamento. El proceso costó disgustos y hasta enfermedades a mis padres que no pedían dinero, había poco, sino justicia.

No siempre es tan traumático pero, a mi edad,  conozco demasiados casos de herencias con desencanto.  

Me atrevo a decir que entre los herederos siempre hay perdedores: son, fundamentalmente, los que ceden aunque sea un poquito. Y creo que pertenezco a esa casta.

¿Por qué consentimos? Porque una ruptura sería inaguantable... Nos conformamos con una relación "pastelera": que es como compartir un suflé sin sorpresa. Y es que  esta especie de sacrificio de los sufridores conlleva una penalización no sólo económica sino también afectiva: nada vuelve a ser  igual. A los otros les da lo mismo. 

También puede ocurrir que heredemos de un familiar, más querido que cercano, un dinerito inesperado que haga realidad ciertas ilusiones..., incluso que compense las injusticias que hemos aguantado en ocasiones parecidas. Pero llega el Impuesto de Sucesiones y acaba con los sueños...  Y la curiosa cantidad que ahorró nuestra querida prima, soltera ella,  con su trabajo y su vida austera, desaparece casi por completo. Lo estoy viviendo. Es complicado. 

A propósito, pregunto a quién corresponda: ¿no necesitaría una revisión este impuesto que en la mayoría de los casos parece excesivo? 

Por cierto, yo tenía una tía en Cuba... O sea...