Celebraciones sociales y familiares

Celebraciones sociales y familiares

La moda de convertir las celebraciones familiares en celebraciones colectivas no sé cuándo empezó ni quién la trajo. En mi niñez no había fiestas de cumpleaños, ni banquetes de comunión. Todavía éramos sobrios, aún sabíamos diferenciar entre lo íntimo y lo público. El bautizo, los cumpleaños y la primera comunión las celebrábamos en casa con la familia. Carnaval, quintos y las fiestas patronales, en la calle, con los amigos y el resto del pueblo. Esos días en que los horarios se rompían había música en la plaza y actuaciones en el baile, y vaquillas, claro, tan imprescindibles en las fiestas como las orquestas con bailarinas, los joteros y los mariachis.

Mención aparte merecen las bodas. El banquete se celebraba en casa con no más de veinte invitados, pero luego los novios querían hacer partícipes a todo el pueblo y contrataban músicos para que actuaran en la plaza. Entre las celebraciones individuales, la que más recuerdo es la de mi primera comunión. Estaba rodeada de tal aureola que ese día se convertía en todo un acontecimiento. Desde meses antes, te preparaban en la catequesis para el gran día. Desde semanas antes, andabas de probaturas con el traje. Días antes, había que ir a un estudio para fotografiarte ya vestida con él. Y, por fin, llegaba el día tan esperado. Te veías más guapa que nunca: «como una blanca azucena, lo mismito que un jazmín», que decía la canción de Juanito Valderrama. Vestida de casi novia, con el rosario en una mano y el devocionario en la otra, te sentías admirada por la gente y bendecida por el cuerpo de Cristo que acababas de comulgar.

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