'Que se besen, que se besen'

'Que se besen, que se besen'

Si algo procuraba celebrar la gente por todo lo alto, en la medida de sus posiblidades, era una boda. Casarse por la Iglesia era obligatorio, así que después de la ceremonia se reunían en el banquete muchos invitados, muchos chiquillos, todos bien vestiditos y peinadios y oliendo a a colonia.

Los invitados, en un momento dado, gritaba: "¡Que se besen, que se besen!", y los novios, en la mesa presidencial, hacían lo propio mientras todos aplaudían como locos.

Durante el año, las fiestas por excelencia eran las de Navidad. No podía faltar el belén, al menos un nacimiento, con figurias de barro que se solían comprar en las casetas de las ferias navideñas que, como en Madrid, se montaban en muchas poblaciones. En pocas casas se colocaba el abeto adornado con bolas de cristal. Por ser una ocasión especial, se montaba el tocadiscos, y todos cantábamos villancicos. Los regalos solían ser cosas prácticas, como calcetines, ropa interior, y quizá algún libro. En algunas tiendas de ultramarinos se exhibían por Navidad cestas con jamón, chorizos, polvorones, turrones, conservas... Al verlas, se nos hacía la boca aua.

Con el buen tiempo, sobre todo aprovechando las fiestas patronales, en muchos pueblos se organizaban romerías, verdaderas excursiones en las que participaban familias enteras. Se hablaba, se comía -había puestos con rosquillas, gran tentación para el público infantil- y hasta se bailaban danzas regionales.

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