Juegos y juguetes

Juegos y juguetes

En la década de los cincuenta nos lo pasábamos muy bien. Jugábamos a los juegos de toda la vida: el escondite, el calderón, la soga, las cocinitas, el pillapilla... Y a algunos que entonces eran de toda la vida y ya no lo son: las tabas, los potes, los alfileres, el clavo...

Los juguetes a los que las niñas les sacábamos más partido eran las muñecas y los juegos de mesa. Nos gustaba el parchís, la oca y los juegos de naipes. Había muñecas muy buenas, pero muy caras; debíamos conformarnos con unas que tenían la cara de cartón, no las podías mojar porque se estropeaban. Daba igual, las queríamos como si fueran una Linda Pirula, una Mari Pepa o una muñequita Bombón.

También jugábamos con muñecas recortables de papel a las que poníamos vestidos. Nos entreteníamos mucho interpretando comedias. Un grupo de amigas íbamos a la casa de una de nosotras, elegíamos un cuento y lo representábamos repartiéndonos los personajes tras disfrazarnos con lo que encontrábamos.

No teníamos parque de juegos, ni piscina; pero como si los tuviéramos. Cuando nos apetecía un tobogán, buscábamos una cuesta adecuada, echábamos agua para que resbalara mejor, y a deslizarnos. Si nos apetecía columpiarnos, con un tablón y unas piedras ya teníamos el balancín. Y para bañarnos íbamos a las estancas... es cierto que solíamos toparnos con ranas y culebras de agua, pero eso proporcionaba al baño una emoción difícilmente igualable ni aun por los modernos parques acuáticos.

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