Juventud a tope

Juventud a tope

De pequeño, recuerdo que mis padres trabajaban todo el día en el negocio familiar. Prácticamente no les veía. Mi hermana pequeña y yo pasábamos casi todo el tiempo con mis abuelos. Sé que mis padres trabajaban tanto para que nosotros tuviéramos de todo, y se lo agradezco, aunque era duro verlos siempre tan cansados.

Fui a un colegio de curas donde la enseñanza era bastante exigente. A final de curso nos daban una lista de lecturas para el verano. Y en el interminable verano, además de leer, correteaba por el monte. A base de mucho esfuerzo, como otra gente de entonces, mi familia se había construido una casita cerca de la playa. Hoy en día está irreconocible, todo urbanizado, pero en aquel momento no había más que cuatro o cinco casas diseminadas.

Los niños disfrutábamos mucho jugando entre los matorrales y los pinos, escalando montículos y montando batallas con espadas de madera. No teníamos nada, pero lo teníamos todo. Con mi abuelo, hacía excursiones por las rocas a coger cangrejos. Entonces había muchos y nosotros no éramos ninguna amenaza para ellos. El mar estaba lleno de peces y en las charcas que se formaban en los huecos de las rocas podías ver varios tipos de bichos.

A mí me fascinaba todo aquello; sobre todo, la gran libertad de la que disfrutaba. Pasé una juventud a tope, y eso no me lo quita nadie. Algo queda de las ansias de revolución que teníamos entonces. Siempre he preferido vivir a mi aire, sentirme libre. Tengo mi trabajo, mi familia, pero necesito mis paseos por el campo y mis instantes de soledad y silencio. Como cuando era niño.

Jaume T. (1954)

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