¡Mi querido R8!

¡Mi querido R8!

No sé por qué extraña razón había la costumbre de aferrarse a algo, fuera cual fuera su rendimiento, e incluso de que ese gusto se transmitiese de padres a hijos. Y eso precisamente fue lo que sucedió con aquel querido Renault 8 blanco que compró mi padre, no recuerdo exactamente qué año. De lo que sí me acuerdo es de que subirse a él era como vivir una emocionante aventura de intriga y misterio, ya que jamás se sabía qué podía suceder en un viaje largo o en un simple desplazamiento cuatro calles más abajo.

De lo que sí teníamos constancia es de que habría que parar cada 50 km porque, fuera verano o invierno, el susodicho vehículo no tenía mejor ocurrencia que poner a calentar el agua del radiador como si fuera un manantial de aguas termales. Con esas, cualquier viaje tenía un tiempo indefinido y, eso sí, permitía conocer el camino casi palmo a palmo, porque había pocos lugares en los que no tuviéramos que parar a descansar un largo rato.

Pero lo del recalentamiento solo era una de sus muchas gracias. La otra más llamativa era rezar cuando empezaba a notarse que soplaba algo de viento, porque lo de tener la tracción trasera y una chapa de juguete hacía que, en carretera, el maldito R8 oscilara de un lado a otro como si estuviera bailando el vals de las olas. En fin, lo dicho: una intrigante aventura, pese a la cual todos mimábamos y queríamos a esta "oveja negra de la familia", que no hacía más que darnos disgustos.

Lo más lamentable aún es que, conociendo al dedillo los antecedentes, cuando a los 18 años pude comprarme mi primer coche, no tuve ocurrencia más brillante que adquirir también un R8, quizá con la esperanza de que este no me traicionaría. ¡Ingenuo de mí! La única diferencia entre el coche de mi padre y el mío es que aquel era blanco y el mío azul. Por lo demás, el traidor volvió a reproducir, una a una, las rocambolescas peripecias que me hizo vivir de pequeño, salvo lo del oscilamiento, que para eso en el maletero delantero le coloqué todo un arsenal de objetos de hierro que sirvieran de contrapeso. ¡Algo era algo!

[José Molina]

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Comentarios (3)

Manuel
17 enero 2017 18:53
Yo tampoco estoy de acuerdo. Tuve un R-8 TS, de cuatro faros, las ruedas de atrás se abrían según el peso, lo que hacía que se agarrara más. Nunca tuve problema alguno y nos íbamos en verano a la playa de un tirón, sin tener que echarle agua ni nada de eso.. Lo cambié porque me compré un R-12.
Jose Mari
02 septiembre 2015 18:37
No estoy de acuerdo con Jose Molina en nada de lo que dice. Yo tuve dos, primero uno y luego otro, el primero de la serie primera que salio y el segundo de los que llevaban dobles faros y los cuatro pilotos rediseñados, ambos cohes comprados usados; y en ningún caso me dieron ninguno de esos problemas. Esos problemas, sobre todo los calentamientos, los solucionaba haciendo lo mismo que lo que hago ahora casi todos los días que voy a salir que no es otra cosa que abrir el capot y comprobar los niveles sobre todo de anticongelante y de aceite y cada semana liquido de frenos y batería (entonces no estaban selladas) y estos datos entre otros me decían en que forma estaba cada sistema mecanico o eléctrico. Nunca he sido mecanico pero si aficionado devorando revistas sobre coches y camiones como el pan de cada dia. Casi siempre viajo solo.
Lupicinio
21 octubre 2014 18:02
Pues yo estrene uno de color blanco y no tuve jamás ningún problema de los q aquí se plantean , hice con el viaje de novios y sólo recuerdo de el que alegría y por supuesto nostalgia .

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