India: tan incomprensible como seductora

India: tan incomprensible como seductora

Al oeste de nueva delhi, el estado de rajastán es un territorio de leyenda donde la aridez esconde vergeles y las fortalezas delicados palacios de mármol rosa. patria de altivos guerreros que se creían descendientes del sol y la luna, sus príncipes, los maharajás, impusieron un lujo desorbitado y edificaron descomunales palacios convertidos hoy en hoteles de ensueño.

Adentrarse en la India siempre es motivo de reflexión. Convivir con los extremos de la condición humana supone un reto que hay que estar dispuestos a asumir. Los contrastes son tan brutales que el viaje se convierte en una profunda experiencia personal de la que se regresa cambiado. Ni justicia social ni caridad son conceptos que aquí tengan algún valor. India es dura, pero fascinante; incomprensible, pero seductora. Quien logre percibir su secreto regresará más veces en busca de su eterna llamada. Indira Gandhi ya advirtió que este secreto era «la aceptación de la vida en toda su plenitud, tanto lo positivo como lo negativo». Después de mis periplos por India pienso que esta ambivalencia también marca la personalidad del Rajastán, el estado indio que separa Uttar Pradesh y la capital Nueva Delhi de Pakistán y los estados indios bañados por el Mar Arábigo. Sin embargo, las contradicciones están atenuadas porque la miseria no muestra aquí su rostro más terrible, permitiendo que el viajero pueda iniciarse con mayor facilidad en la fascinación india.

Por las carreteras de Rajastán, en medio de vehículos inauditos, carros tirados por camellos, peatones, bicicletas y vacas sagradas con preferencia de paso, el viajero occidental se une a la marea humana que se dirige a las ciudades presididas por los descomunales palacios de los maharajás, un triángulo de oro formado por Jaipur, Jodhpur y Udaipur, donde se acumula buena parte del legado artístico de la India.

Por las ventanillas aparecen las mujeres como estandartes de brillantes colores ante una tierra legendaria, donde el desierto se funde con la fértil llanura, justo al oeste de la eterna armonía del Taj Mahal (Nueva Delhi) y en la ruta de las antiguas caravanas que atravesaba el actual Pakistán.

Jaipur, la ciudad rosa
La ruta de los maharajás busca los palacios construidos por los antiguos reyes, que la tradición dice que pactaron con los dioses para crear tanta belleza. Y el pacto parece cierto al llegar a Jaipur, la ciudad rosa -el color de la bienvenida- que tanto impresionó al príncipe Alberto, esposo de la reina Victoria de Inglaterra. Para la gran fiesta de recepción se pintaron las fachadas de la capital del Rajastán en tonos rosáceos y ya no se han cambiado. También la fundación de la ciudad se debió a un capricho regio del maharajá Jai Singh II, quien mandó construir hace casi 300 años un observatorio astronómico en las cercanías de su marmóreo palacio. De la precisión de los cálculos matemáticos y del desarrollo de la geometría surgió un urbanismo racionalista, de amplias calles protegidas por lienzos de murallas rojizas. Al igual que el universo, la ciudad fue dividida en nueve barrios rectangulares.

Pero el raciocinio y el sentido de la proporción y el orden de arquitectos y astrónomos no consiguieron doblegar el agitado espíritu de sus habitantes. Al atravesar las murallas el caos de las calles aturde al viajero. Las vacas, propiedad privada de algunos individuos, se han apoderado de las calles. Algunos elefantes se dirigen adornados a un festejo, mientras una banda toca entre el hormiguero humano. Los vendedores extienden sus mercancías por las aceras, esperando a las compradoras de saris fosforescentes. La vida se hace en la calle y tiene tal fuerza que se necesita el silencio del City Palace para recobrar el aliento. Los edificios de mármol blanco se articulan en torno a los patios que filtran la luz, devolviéndola toda su pureza. En este laberinto de lujo vive todavía el maharajá, pero una parte del descomunal palacio está dedicada a museo de objetos, joyas, pinturas y manuscritos de la familia real. De las dependencias adosadas, la más famosa se llama Hawa Mahal, el Palacio de los Vientos, una fachada con 953 ventanas, por las cuales veían pasar la vida las mujeres del harén. Un auténtico horror al vacío se apodera de la fachada, donde los adornos blancos contrastan con el tono rosáceo hasta convertirse en uno de los emblemas estéticos de la India. La visita a algún pequeño taller de miniaturas pintadas sobre ricos papeles y la asistencia a una representación de marionetas abren el gran bazar que es Jaipur, donde los comerciantes de piedras preciosas, los joyeros cuyos diseños inspiraron al genial Cartier, las sedas bordadas, los algodones estampados o las maderas policromadas son la herencia de los tiempos de esplendor de la capital de Rajastán, que veía llegar y partir las caravanas que se internaban en el desierto de Thar.

A tan solo 11 kilómetros de Jaipur se alza el Fuerte Amber, la antigua capital del reino. La subida hasta la descomunal fortaleza construida por los mogoles hay que realizarla a lomos de un elefante. Resulta la experiencia más gratificante, porque a lomos de este exótico «vehículo» viajamos rápidamente a un pasado de fantasía, creado por los invasores mogoles. Ellos implantaron la arquitectura persa, el arco apuntado, la decoración exhaustiva de motivos vegetales y geométricos. Una arquitectura enriquecida por el trabajo individual de los artesanos indios que labraron la piedra y crearon un sinfín de salones, avenidas de columnas, patios silenciosos para recrear la sensualidad más plena. Incluso el agua fue utilizada como un elemento decorativo, musical y generador de uno de los primeros sistemas de aire acondicionado.

La experiencia de montarse en un elefante resulta tan divertida que se organizan auténticas expediciones a lomos del gigante por los parques nacionales del Rajastán. Además es posible fotografiar desde su alto lomo a los tigres y recordar las antiguas cacerías regias. Los camellos también sirven para transportar a los viajeros entre las arenas del cercano desierto.

La noble Udaipur
La ruta hacia el oeste lleva hasta Udaipur, la ciudad asomada al lago Pichola. Desde el agua se contempla la hilera de antiguos palacios que descienden escalonadamente hasta mojar sus amarillentas piedras. En el centro del lago aparece una isla ocupada por un palacio blanco, donde la familia real se retiraba a pasar el verano. Podría ser el escenario de un cuento pero, ahora, es un hotel donde los protagonistas son los viajeros.

La perfecta armonía del lago al atardecer sirve de preludio a la visita de una de las ciudades más fascinantes del recorrido. Para muchos es la quintaesencia del universo de los maharajás, porque la familia reinante no se sometió al dominio musulmán y mantuvo una orgullosa distancia con los invasores ingleses. Hay que recordar que los principados rajputas apoyaron la dominación británica como un mal necesario para sobrevivir.

En los templos, como el Jagdish, guardan las estatuas de Vishnú y Garuda, el dios alado venerado por los viajeros. En Udaipur, como en todo el Rajastán, la población es mayoritariamente hinduista, menos un 2% que son jainitas y un 8% musulmanes.

Las calles retorcidas del bazar dejan paso al City Palace, decorado con mosaicos de pavos reales que brillan lamidos por el sol, algo que parece lógico para la casa de un rey que recibe el nombre de maharaná, reservado a quienes descienden del mismo Sol. Un palacio que desprende una estética tan perfecta que casi parece inhumano.

Jodhpur, la desmesura del lujo
El viaje por el Rajastán toma la dirección noroeste en busca de la ciudad de Jodhpur, perteneciente a las tierras áridas que preceden y anuncian la soledad del desierto. Las dos cumbres de la ciudad están dedicadas a los maharajás, porque la mayor fortaleza del Rajastán alza su silueta sobre un farallón rocoso de 125 metros de altura, dominando por completo el conjunto de casas bajas y cúbicas que parecen perderse en el infinito. Pese a la severidad de los muros, el interior es una joya de la filigrana en piedra y madera que decora salones y patios donde vivía una corte lujosa y refinada. Sin embargo, el maharajá decidió construirse otro palacio sobre la segunda colina. Corrían los años veinte del pasado siglo cuando ordenó levantar en estilo modernista la mayor residencia privada que se conocía hasta entonces. El guía nos explica que lo hizo para dar trabajo a los campesinos arruinados por una pertinaz sequía. Tan caritativa actitud se escapa a nuestras mentes occidentales mientras deambulamos por escaleras y salones que han perdido la escala humana. El actual maharajá y sus descendientes, como no necesitan las 347 habitaciones, se retiraron a un ala del palacio, dejando el resto para albergar el museo que muestra el esplendor de la familia y un hotel tan lujoso que permite regresar con la idea de que los mayores contrastes que existen en la Tierra se encuentran en la dura y fascinante India.

Texto y fotos: Acacia Domínguez Uceta.

Los contrastes son tan brutales que el viaje se convierte en una profunda experiencia personal de la que se regresa cambiado
Jaipur, Jodhpur y Udaipur es el triángulo de oro donde se acumula buena parte del legado artístico de la India, los palacios de los maharajás
La fundación de Jaipur se debió a un capricho del maharajá Jai Singh II. De la precisión de los cálculos matemáticos y del desarrollo de la geometría surgió un urbanismo racionalista, de amplias calles protegidas por murallas rojizas
Tan solo 11 kilómetros de Jaipur se alza el Fuerte Amber, la antigua capital del reino, creado por invasores mongoles
Se organizan auténticas expediciones a lomos de elefantes por los parques nacionales del Rajastán. Además es posible fotografiar desde su alto lomo a los tigres

Los maharajás

Los maharajás, unos semidioses que hoy siguen siendo respetados por los cuarenta millones de rajastaníes, provenían de los rajput o clanes de altivos guerreros pertenecientes a la casta Kastriya, que dieron nombre al estado de Rajastán. Hace mil años, desde sus ciudades estado, impusieron un dominio absoluto a una población duramente estratificada en castas. Cierto que su poder pertenece ahora al ámbito de la leyenda y que sus descomunales palacios han sido convertidos en los hoteles de lujo más desmesurados del mundo, pero Rajastán recuerda con orgullo que de él provenían más de la mitad de los 600 maharajás existentes en el subcontinente indio a la llegada de los ingleses.

Saber más

La India de los mogoles. G. H. R. Tillotson. Editorial Debate. Madrid.

Rajastán. Guías Acento, 1998. Madrid.

The Raj Quartet. Paul Scott (novela).

Pasaporte

- Idioma: el inglés es hablado por buena parte de la población.

- Moneda: la rupia. Conviene llevar dólares. Se aceptan las tarjetas de crédito con normalidad.

- Documentación: pasaporte y visado.

- Salud: recomendadas las vacunas contra la polio y el tifus y medicación preventiva contra la malaria.

- Consejo: hay que tomar bebidas embotelladas, agua hervida y no ingerir alimentos crudos.

Información turística

Embajada de la India.

Avenida de Pío XII, 30 y 32.

28016 Madrid.

www.tourismofindia.com

www.india-tourism.com

Guía práctica

- Cómo llegar: Se recomienda ir en viaje organizado. La mayorista Catai Tour está especializada en India y ofrece la ruta del Rajastán en grupo o en modalidad individual pero con todo organizado. En venta en cualquier agencia de viajes.
- Clima: De septiembre a marzo, el clima es bueno y cálido; julio y agosto es la estación del monzón y en abril, mayo y junio hace mucho calor y es muy seco.
- Gastronomía: Cocina tradicional india, sabrosa en especias: clavo, nuez moscada, canela, azafrán, y pimienta dan sabor a las salsas. Las carnes más empleadas –pollo y cordero– están preparadas al curry o al masala, y pueden ser muy picantes. Las verduras acompañan a todas las especialidades tales como biryani (arroz y pollo), rogan josh (guiso de cordero), pollo tandoori, kebab, tortas de harina sin levadura. En los hoteles sirven cocina internacional.
- Qué comprar: Se utiliza el regateo. En Jaipur son famosas sus marionetas, piedras preciosas, miniaturas pintadas sobre papel, marfil y madera. En Jodhpur, pulseras, tejidos y antigüedades. En Udaipur, la joyería de plata y el patchwork con mosaicos de espejos. Sedas y telas de algodón estampadas a mano. Alfombras.

POR QUÉ NOS GUSTA...
Llegar a India es llegar a otro mundo fascinante y desconocido. Un viaje que no se puede explicar con palabras.

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