De besos nada

De besos nada

Los sábados por la tarde, en el colegio religioso en el que estudiaba proyectaban películas. Así, además de entretenernos, nos tenían recogiditos “en casa”, que por ahí fuera había mucha tentación y muchas malas compañías.

La verdad es que, fuera como fuese, nos venía muy bien. Ese día ya no había que pensar qué hacer para pasarlo bien. Bastaba con quedar con los compañeros de clase, ir un rato antes para comprar unas cuches en el quiosco de doña María, que estaba junto al colegio, y entrar a ver qué nos ponían esa tarde.

Por lo general, abundaban las películas del oeste, de romanos y de acción, para que estuviéramos la mar de entretenidos y, de ese modo, nos quedáramos con las ganas de volver el siguiente sábado. Se supone que todas las películas eran “toleradas”, así que no importaba que hubiera tiros a diestro y siniestro, que un indio le cortara la caballera a un colono o que un valiente cristiano fuera devorado por un león hambriento. Es lo que tenía el cine que nos ponían.

Eso sí, por lo que no pasaban en el colegio era por los besos en la boca, que eso sí que era pecado y no enseñaba nada bueno. Así, cuando, en una escena, el teniente O’Hara –por llamarlo de alguna manera– se acercaba a Dorothy –por llamarla de otra–, la hija del coronel del fuerte Wichita –que suena muy bien– para darle un beso en los morros, el padre encargado del proyector no tenía mejor ocurrencia que taparlo con una mano para que no pudiéramos ver nada, lo que provocaba algún tímido silbido, que rápidamente se diluía, dada la disciplina que había en el colegio.

Con el tiempo nos fuimos acostumbrando a esta “censura manual”, pero acabó por no importarnos demasiado. De hecho, cada vez que intuíamos que iba a producirse un beso, aprovechábamos para ir al baño o para salir a comprar más chuches en doña María, para luego tranquilamente seguir la trama de la película, en la que no dejaba de derramarse sangre, con indios matando a colonos y viceversa o romanos martirizando a cristianos, pero, eso sí, ni un solo beso a la vista.

¡Así cómo íbamos a enterarnos de cómo se besaba de verdad! A ese paso, desde luego, no íbamos a aprender nunca.

[José Molina]

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