Un belén raro

Mi preocupación por la estética se relaja considerablemente en Navidad. Cosa extraña porque lo bello, lo armonioso, lo original.. me fascina. Pero hay prioridades.

Siempre he puesto el belén, el árbol y los adornos. Me quedaba un todo discreto, bonito... , hasta que empezaron a llegar los nietos. Y por ellos y con ellos, la decoración navideña ha ido cambiando hacia un barroquismo tirando a hortera.
Este año, en el belén pasan cosas extrañas: un ángel, que no viene a cuento, ha salido de no sé donde para tapar un desconchón del portal; por cierto, la mula es mucho más pequeña que San José, y al molinero se le ha perdido el burro. ¿No será...? En la montaña nevada ha crecido un palmeral, y hay nada más y nada menos que 5 Reyes Magos atravesando una pradera llena de pavos como vacas, patos sin patas, conejos gigantes, corderos monstruosos y cerdos mínimos. Terrorífico.

En cuanto a los colores, se nota el toque de algún creativo en potencia: sobre el firmamento azul fosforito brillan estrellas rojas metalizadas que compiten en luminosidad con el verde pistacho del serrín de los caminos..., al más puro estilo Kenzo.

Pero el diseño es de mis niños, y tiene tanta fuerza que ha podido con mi vena artística. Lo importante es que lo hemos pasado muy bien. ¡Qué más da que sea tan feo!

La guinda a este "desconcertante" escenario la puso el otro día mi nieta pequeña. Cautivada por un póster de Papá Noel entre piñas y flores, que se me ocurrió colocar, exclamó: " ¡Huy, mira, Mickey Mouse! ".
Definitivamente, en Navidad, cambio la paz del orden, la lógica y la frialdad por una paz caótica y cálida, donde las cosas no son lo que parecen sino todo lo contrario gracias a la magia de los niños.