Calores los de antes

Calores los de antes

Cada año, a medida que se acerca el verano, las previsiones meteorológicas nos amenazan con la llegada de una ola de calor de origen subsahariano de dimensiones estratosféricas. Los termómetros se dispararán y las temperaturas, en algunas localidades del país, batirán todos los récords de la década, del siglo o incluso del milenio, del tal modo que, a ciertas horas del día, pudiera parecer que nuestros cuerpos estuvieran ardiendo en las calderas de Pedro Botero -expresión esta muy utilizada en otro tiempo para designar efectos diabólicos, como es el caso que nos ocupa-.

Y después de esta apocalíptica previsión, me pregunto yo: ¿de verdad cuando era apenas un mocoso tenía menos calor que ahora? Pues sinceramente no tengo esa impresión, ni mi memoria recuerda a Mariano Medina metiéndonos el miedo, digo, el calor en el cuerpo. Es más, creo incluso que hacía más calor, porque no había día que no volviera a casa sudando como un pollo* y con la sensación de que me faltaba el aire para respirar. En este punto tampoco conviene olvidar que, por si fuera poco, las condiciones de acondicionamiento medioambiental con las que contábamos eran escasas, por no decir casi nulas. Es decir, los automóviles carecían de aire acondicionado, así como los medios de transporte público -dígase autobuses, trolebuses, tranvías y metro- y la mayoría de los españoles, salvo aquellos que dispusieran de un modesto ventilador, convenientemente situado encima del televisor con el fin de refrescar la casa.

Quiero esto decir que, básicamente, solo disponíamos de métodos manuales de refrigeración, o sea, abanico en mano -a veces incluso hecho de papel- y botijo en mano, y los sistemas habituales de conservación del aire lo más fresco posible; a saber: abrir las ventanas por las mañanas para airar la casa y luego cerrarlas a cal y canto, y no salir a la calle a horas inapropiadas, sino solo con la fresca -advierto aquí, por si alguien tiene dudas, de que «la fresca» no era una vecina del barrio de dudosa reputación-, a ser posible mejor ya al anochecer, cuando el sol está en fase de retirada.

Por supuesto, de tarde en tarde, nuestros padres no llevaban a pasar el día a la piscina municipal, y también de tarde en tarde nos compraban alguna Pepsi-Cola fresquita o algún polo de limón que, sin no andabas con cuidaba, se te pegaba a la lengua y no había modo de despegarlo.

Y luego que ahora hace más calor que antes. Me río yo de vaticinios veraniegos de última generación.

* Para que quede claro, según la web eltiempo.es, «sudar como un pollo significa que alguien está transpirando una gran cantidad de líquido debido al calor. Los pollos no tienen glándulas sudoríparas, por lo que no nos referimos al líquido que expulsan por el calor, sino al hecho de asarlos».

José Molina

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