El maravilloso Día de Reyes o algo parecido

El maravilloso Día de Reyes o algo parecido

Concluidos casi todos los festejos navideños, que aún ha dejado una resaca de notables dimensiones, habida cuenta de las comilonas de Nochebuena y Nochevieja, y esa copita que otra, a lo que muchos no están acostumbrados el resto del año, procede ahora activar todos los preparativos para poner «broche de oro» a la Navidad con el Día de Reyes.

Tan ardua tarea se inicia instando al niño o a la niña o ambos, si es que por fin se cumplió el sueño de tener «la parejita», a que escriban la carta a sus Majestades los Reyes de Oriente. Eso sí, aconsejándoles convenientemente para que no se excedan en la petición de juguetes, de tal modo que la frustración posterior al constatar lo que realmente les han traído sea lo menos dolorosa posible.

Satisfecho en primera instancia lo del carteo, acto seguido toca efectuar su entrega al Rey que más le guste al niño o a la niña, o el que esté disponible a las puertas de esa nueva tienda que han inaugurado recientemente en el barrio, y que por lo visto se llama «Supermercado Simago». A lo mejor no está ni el Rey y hay que darle la carta a algunos de sus pajes, pero el caso es que el niño o la niña se la entregue en mano a algún representante real. Por supuesto, de ello habrá que dar fe con un foto en la que la criatura esté sonriente junto al Rey o a quién sea. Otra cosa será ya ver la cara que se le pondrá a esa misma criatura cuando vea lo que le han traído los Reyes, y los improperios que dirán por dentro acordándose del Melchor o el Baltasar aquel al que le entregaron la carta, que seguro que no es rey ni es nada.

Para ir atemperando los nervios, mejor será llevarles esa misma tarde a ver la película «La familia y uno más», la continuación de «La gran familia», que tanto les gustó a los niños, y que acaban de estrenar en un cine del centro. Además con los mismos protagonistas, salvo el abuelo, que Dios lo tenga en su gloria. Y sí que les ha divertido, pues al salir del cine no paraban de hablar de ella, lo cual algo de optimismo le ponía al posible drama que se avecina mañana, Día de Reyes.

Y ya a la salida, pues a ir a la cabalgata de Reyes del barrio, bastante austera, pero lo justo para cumplir el protocolo, aunque siempre genera la pregunta del niño, muy perspicaz por cierto, que suele consistir en: «Papá, ¿por qué el Rey Baltasar se parece tanto a Mariano el zapatero?». Respuesta inmediata: «Pues porque siempre hay que gente que se parece, aunque venga del Oriente». Y terminada la cabalgata, pues a darse una vuelta por algunas de las tiendas que aún están abiertas, por que esa Noche de Reyes es la única en la que muchas cierran muy tarde, y corriendo a casa que hay que hay que ponerse con todos los preparativos de bienvenida a los Reyes Magos; o sea, un poco de turrón y algo de agua para los camellos, un par de zapatillas por niño, en el caso de seguir vigente lo de la parejita, y si acaso unos calcetines colgados de la ventana del salón para que, al pasar volando por el cielo con sus camellos «alados», sepan que allí tienen que hacer una parada para descargar sus ricos presentes.

Por tanto, una cena rapidita, y a la cama con todos sus nervios a cuestas, que a los padres aún les queda por envolver algún que otro regalo; bueno, lo que ha podido comprarse, que este año la cosa no ha dado para mucho. Por último, una vez comprobado que los niños por fin se han dormido, que ha costado lo suyo, a colocarlos en el salón al lado de las correspondientes zapatillas y... ¡que sea lo que Dios quiera!

Al día siguiente, antes de romper la madrugada, ya empiezan a escucharse pasos encaminándose al salón. Los padres se hacen los dormidos, que cuanto más se alargue el drama, mucho mejor, mientras inconscientemente van imaginando cómo reaccionará Antoñito cuando vea que en lugar del Geyperman que había pedido le han traído unas bambas blancas para clase de Gimnasia, y en vez del tren eléctrico que tanta ilusión le hacía, una cartera de escay para el colegio. Eso sí, el rompecabezas y el yo-yo de Fanta que había pedido, sí que estaban entre los regalos de los Reyes. Y Mari Pili, la niña, tampoco andará muy feliz cuando tenga constancia de que no están el maletín de la Señorita Pepis ni Rumbita, la muñeca negra que quería, pero sí un moderno abriguito para ir abrigadita los domingos y unos preciosos zapatos de charol negro, que seguro que le encantan. Bueno, y además un diábolo, para que juegue con sus amigas, y el libro «Marisol detective», de la colección Franja Amarilla, que no hay duda de que le va a gustar mucho.

Mientras le van dando vueltas a todo lo que estará sucediendo en el salón, al tiempo que van escuchando un cierto trajín de papeles de regalos desenvolviéndose, de pronto se hace un inquietante silencio..., hasta que lo rompe un grito ensordecedor que clama: «¡Mamá...! ¡Papá...!». Se rompe la calma y los padres dan un respingo que los hace saltar de la cama como si hubiera una situación de máxima urgencia. Pero ¡qué no cunda el pánico! Respirar unos segundos profundamente y echarle valor para ir al salón a ver con qué panorama bélico se encuentran, o no, que de vez en cuando conviene creer en los milagros...

Continuará... o no

José Molina

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