El teléfono de ficha

El teléfono de ficha

Hoy día, en que casi todo el mundo tiene un móvil, lo de llamar a alguien por teléfono en cualquier momento es pan comido. Sin embargo, eso que ya forma parte de nuestra rutina cotidiana, antes podía llegar a convertirse en una verdadera «misión imposible». Y no porque en la casa de cada uno lo normal es que se tuviera un teléfono y, por tanto, lo de llamar fuera algo sencillo; bueno, salvo que la llamada de destino fuera más allá del ámbito local, o sea, en una localidad de otra provincia o incluso en otro país, lo cual requería «poner una conferencia», con los inconvenientes que eso traía consigo.

Bien, pero llamar se conseguía llamar. El problema radicaba cuando uno quería hacer una llamada y se encontraba en la calle. Ahí sí que la cosa se complicaba de verdad, y por distintas y disparatadas razones. La primera, porque lo de encontrar una cabina, y que el teléfono de la misma funcionara, no era una cuestión baladí, así que en más de una ocasión había que proceder a la búsqueda de un bar, cafetería, tasca o taberna que dispusiera de teléfono público, lo que tampoco era cosa de andar por casa. En todo caso, solventado el problema del hallazgo, sobrevenía el segundo problema: disponer de una ficha con la que poder poner en funcionamiento el teléfono, dado de que era la única forma de que funcionara. ¿Qué no se tenía una porque no se había tenido la precaución de comprarla previamente? Pues a emprender ahora el rastreo y encuentro de la maldita ficha, cuya adquisición también era un complejo laberinto.

Todo eso se simplificaba, por ejemplo, cuando se tenía la suerte de encontrar un bar que dispusiera de teléfono que funcionara y que en él se te vendieran la ficha. ¡Problema resuelto entonces! Sí y no. Sí, si uno llevaba monedas sueltas con las que pagar la ficha. No, si por una maldita casualidad no se tuviera suelto y, por consiguiente, el «amable» dueño del local se negara a cambiar un billete para un simple llamada. ¿Solución? Pues la más habitual: desistir de telefonear en la calle y esperar a llegar a casa.

Bueno, y no me quiero imaginar si a todo lo contado hasta ahora por algún casual a alguien le hubiera sucedido lo que a José Luis López Vázquez en «La cabina», aquel mediometraje dirigido por Antonio Mercero que, durante mucho tiempo, nos quitó las ganas de llamar a alguien por teléfono.

¡No, si al final lo tener un móvil va a ser algo bueno!

José Molina

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