La bicicleta, un «sueño imposible»

La bicicleta, un «sueño imposible»

Si con la máquina del tiempo pudiéramos trasladar nuestras unidades móviles hasta los años 60, por ejemplo, y preguntarle a un niño o una niña cuál era aquel juguete que nunca tubo y con el que siempre soñó o el que más deseaba y, milagrosamente, su deseo se hizo por fin realidad, es probable que la mayoría de ellos dijera que una bicicleta, a ser posible con ruedines, para poder iniciarse mejor en el noble arte de pedalear.

Y razón lo les faltaría porque, por aquel entonces, aunque los Reyes ya les hubieran traído un Scalextric, un tren eléctrico, un Fuerte o un Geyperman aventurero, en el caso de los niños, o una muñeca Nancy, un Hogarín, una cocinita o un maletín de la Señorita Pepis, en el caso de las niñas, nada era equiparable a poder tener una bicicleta Orbea o BH, que eran las marcas más populares por aquel tiempo, aunque ahora mismo dudo de si había otras. Y es que qué gozada era salir a la calle y poder presumir delante de los amigos o amigas montando en una, lo que necesariamente suscitaba una envidia sana, o no tan sana, pero envidia al fin y al cabo, algo que hacía aún más ilusión todavía. Bueno, y poder incluso ir a comprar una barra de pan a la panadería o acercarse a la tienda ultramarinos a por mitad de cuarto de fideos cabello de ángel. Casi cualquier cosa era posible subidos en aquel bonito y práctico modelo casero de transporte, que no tenía desperdicio.

Se explica así, además, la afición que había entre los más pequeños por el ciclismo, con qué interés se coleccionaban los cromos de la Vuelta a España o se echaban carreras de «ciclismo con chapas» en la calle, o con que pasión se seguían las etapas de la Vuelta, el Tour de Francia y el Giro de Itlia. De tal modo que también en el deporte de las dos ruedas había grandes ídolos, y no solo españoles, como Julio Jiménez, Manzaneque, Gabika, Pérez Francés o Gómez del Moral, sino también extranjeros, como el francés Jacques Anquetil o el italiano Felice Gimondi.

Bien, después de este pequeño inciso, solo decir que a aquellos a los que no se les había cumplido su sueño de tener una bicicleta, siempre les cabía la posibilidad de que sus padres les alquilasen una de vez en cuando, como sucedía por ejemplo en Madrid, aunque es de imaginar que también en otra localidades, donde se podía ir al Paseo de la Chopera de El Retiro a montar en bicicleta por un módico precio, pero por un tiempo limitado. Menos daba una piedra, desde luego, pero nada era comparable al gusto de tener una Orbea y poder pasear apaciblemente con ella por la calle.

Texto: José Molina

Foto: Años 60. El pequeño José Manuel López Bravo subido en su bicicleta marca Orbea, en el Espolón de Santo Domingo de la Calzada (La Rioja).

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