Los largos y calurosos veranos

Los largos y calurosos veranos

En verano el tiempo en los pueblos parecía detenerse, las costumbres permanecían inamovibles, y los que teníamos la suerte de ir al pueblo hacíamos una vida muy distinta a la del resto del año.

A pocas decenas de kilómetros de la urbe, el ritmo y el ambiente cambiaban radicalmente, se vivía de verdad en plena naturaleza, con calles y caminos sin asfaltar, a veces aún sin agua corriente o con un abastecimiento de electricidad muy precario.

A los pueblos se llegaba por carreteras malísimas o por tren, después de un trayecto que se hacía interminable. Los del pueblo pocas veces cambiaban de entorno, por eso miraban a los veraneantes con interés, pero también con recelo, considerándonos en alguna medida «invasores» de su normalidad.

El verano del 65 trajo aires nuevos. Algo estaba cambiando y no era el entorno. Simplemente estábamos dejando atrás la infancia y la adolescencia. Había llegado la hora de coger la mochila y acampar en otra etapa llena de incógnitas y promesas.

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