«¡Que gane el bueno, Capitán Trueno!»

«¡Que gane el bueno, Capitán Trueno!»

La lectura preferida de todos los niños eran los tebeos. La mayoría los cambiábamos en el puesto de periódicos; comprabas el primero y los demás los «alquilabas» por unos céntimos. Los más populares eran los de Bruguera, sobre todo Pulgarcito y Tío Vivo, donde empezaron a salir los vecinos de 13 rue del Percebe y Mortadelo y Filemón.

A los chicos nos gustaban también mucho los cómics de aventuras, con héroes muy bien dibujados y unas historias muy emocionantes, que nos tenían a todos en vilo, esperando para descubrir lo que iba a pasar. Estaban El Espadachín Enmascarado, El Cachorro, El Llanero Solitario, El Guerrero del Antifaz...

Pero mis preferidos eran Roberto Alcázar y Pedrín y, sobre todo, El Capitán Trueno. Era el jefe de los «cruzados españoles» a las órdenes de Ricardo Corazón de León, en Palestina, y su misión era recuperar las tierras ocupadas por los «infieles». Lo que más me gustaba era que siempre defendía a los más débiles y peleaba contra las injusticias. Tenía un fiel escudero, Crispín, su novia era una princesa nórdica rubia, Sigrid, y contaba también con la ayuda del gigante Goliath.

A las niñas más pequeñas les gustaban mucho los cuentos de Azucena y más adelante leían también mucho la revista Florita, que tenía una historieta y luego otras secciones de moda, cocina, consejos...

En la adolescencia pasábamos a las novelitas cortas, que eran muy populares y también se cambiaban en el quiosco. Las chicas leían las novelas rosas románticas de Corín Tellado; los chicos, las novelas del oeste de Marcial Lafuente Estefanía.

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