Cine de barrio

Cine de barrio

Cuando era pequeño, los lunes, al acabar el colegio, nunca solía quedarme a cambiar cromos o a jugar un rato al fútbol o al minibásket. Lo primero que hacía era ir corriendo a casa. Dejaba la cartera, cogía la merienda -por lo general, un trozo de pan con una onza de chocolate o con aceite y azúcar- y salía escopetado al cine del barrio, o sea, el Olimpia, para ver qué ponían esa semana.

Durante el trayecto, que era corto pero a veces se me hacía eterno, iba imaginando qué dos películas proyectarían. Al principio, lo que quería es que al menos pusieran una de John Wayne, de Kirk Douglas o de Burt Lancaster, que eran entonces mis actores favoritos. Pero, a medida que me iba acercando, me conformaba con que por lo menos una fuera de vaqueros, de romanos o de aventuras, que eran las que más nos gustaban a mis amigos y a mí. Ya la otra no nos importaba tanto, aunque lo mejor es que fuera una comedia, que también nos encantaba, sobre todo si era de Cantinflas, que nos hacía reír mucho y al que más de uno había aprendido a imitar con bastante gracejo. Pero, cuando ya estaba cerca del cine, lo único que deseaba es que fueran toleradas para menores, porque, si eran para mayores, había que pensar en ir a otro sitio para pasar la tarde del sábado, que era cuando a todos los amigos no gustaba ir a ver películas.

Bueno, también es verdad que, si no podíamos ir al Olimpia, el mismo sábado por la mañana podíamos enterarnos de qué ponían en alguno de los otros cines del barrio, aunque nos pillaban un poco más lejos. Desde luego, lo que no nos faltaba eran cines a los que ir porque, si mal no recuerdo, estaban el Lavapiés, el San Cayetano, el Odeón, el Pavón, el Delicias, el Elcano..., aunque creo que alguno más se me olvida en el cajón de la memoria.

No siempre había suerte con lo de las películas, pero qué emocionante era cuando, por ejemplo, llegabas un día al cine y allí, en la fachada, colgaban los carteles de dos películas como «Fort Apache», con John Wayne, Henry Fonda y Shirley Temple, y «20.000 leguas de viajes submarino», con Kirk Douglas y James Mason. ¡Desde luego, no se podía pedir más! Ese día, que sí viví alguna vez que otra, me quedaba ensimismado durante un buen rato observando cada detalle de los carteles. Por supuesto, tampoco me perdía las fotos de las películas que se exhibían en las vitrinas que había en los laterales del cine, y que me servían para ponerme en antecedentes de lo que el sábado iría a ver. Eso sí, esta costumbre de curiosear las fotos de las películas en cuestión a veces te generaban un «estado crítico de desilusión», especialmente cuando había cosas que habías visto en ellas y que luego no aparecían durante la proyección, algo que no entendías por qué extraña razón sucedía y que, además, daba lugar a acaloradas discusiones entre los amigos sobre si sí o si no alguno las había visto.

Debo reconocer, por lo demás, que aquel proceso de reconocimiento visual de los lunes por la tarde no solo lo realizaba con las películas toleradas, sino también con las que eran «para mayores». Y no porque me interesaran demasiado -o eso pensaba entonces-, sino por el simple morbo de descubrir si en las fotos había algo que explicase por qué no podíamos entrar a verlas los más pequeños. Por supuesto, en lo primero que me fijaba siempre era en si el escote que lucía el vestido de la protagonista era demasiado provocativo, si había algún acalorado beso de por medio con el guapo protagonista o si había alguna escena en la playa o en la piscina en la que la chica aparecía en bañador, lo que siempre alegraba un poco más la tarde.

Todo eran meras suposiciones y, sobre todo, mucha imaginación desbordada porque, en realidad, nunca había una sola foto subidita de tono, como bien dejaban claro las reglas morales de la época. Así que lo mejor era evadirse de todo y no dejar de pensar el resto de la semana en qué heroicidad haría John Wayne enfrentándose a un grupo de malvados secuaces o de sanguinarios indios sioux, o que apasionantes sorpresas le aguardarían en tierras lejanas o en los fondos marinos al siempre valiente y osado Kirk Douglas.

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