Entre la propaganda y la publicidad

Entre la propaganda y la publicidad

La publicidad que recorría la España de los años 40 y 50 sirve de termómetro para tomar la temperatura a un país que trataba de asomar la cabeza, conocer las reglas que lo regían, sus hábitos y el espíritu del que estaba impregnado.

En realidad, tras la contienda civil, más que de publicidad hay que hablar de propaganda institucional. Lo que se anunciaba a los españoles era más bien un manual de comportamiento, con recomendaciones sobre alimentación, salud pública y conducta, que era preciso seguir para tener una vida maravillosa o ser una esposa modélica, y, por supuesto, de reivindicación de lo extraordinario que era todo lo patrio.

En los primeros años de la posguerra, siempre quedaban, eso sí, espacios para decirnos que Tío Pepe era «el sol embotellado de Andalucía», que «volverán las oscuras golondrinas y hallarán Gallina Blanca en las cocinas», que «Norit, el borreguito, lava lana, seda y nylon» o que «Anís las Cadenas es de finísimo paladar».

Por suerte, hacia finales de los 40 y comienzos de los 50, la publicidad empieza, poco a poco, a ofrecernos mensajes de tono más lúdico y amable, gracias especialmente a los anuncios radiofónicos, muchos de los cuales han quedado sellados para siempre en nuestra memoria histórica.

Baste recordar a «aquel negrito del África tropical que cultivando cantaba la canción del Cola Cao», a «Quina Santa Catalina, que es golosina y es medicina» o a ese ilustre oriental que se presentaba diciendo: «Soy el rico flan el chino el Mandarín. He venido de Pekín de la ilusión. Mi coleta es de un tamaño colosal y con ella me divierto sin cesar».

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