John Wayne, «The Duke»

John Wayne, «The Duke»

«Su imponente planta. Su personalidad arrolladora de su clásica postura, la forma de llevar el sombrero, ese pañuelo tan correctamente colocado, el inconfundible chaleco, el cinturón y pantalones, esas botas tan impecables. Es que no se puede aguantar, es el más grande sobre una pantalla, es el Duke». Así, por lo visto, sigue viendo a John Wayne una fan incondicional suya; o sea, uno más de los miles y miles de seguidores que el actor estadounidense conserva todavía, a pesar de que hace ya más de treinta y ocho años que no está entre nosotros, y más de cuarenta desde la última vez que pudo vérsele en la gran pantalla («The Shootist», 1976).

Desde luego, razones no le faltan a esta apasionada seguidora cuando habla así del «Duque». Y es que resulta difícil no sentir una profunda admiración por él cada vez vuelven a emitir en TV una película suya, y nos resulta imposible no sentarnos a verla. Y no importa qué película sea. Nos vale cualquiera de ellas, desde «La diligencia» (1939), la magistral cinta de John Ford, uno de sus grandes mentores, hasta otras inolvidables como «Fort Apache», «Río Rojo» (ambas de 1948), «La legión invencible» (1949), «El hombre tranquilo» (1952), «Río Bravo» (1959), «El Álamo» (1960), «Hatari» (1962), «El Dorado» (1966), «Valor de ley» (1969), por la que obtuvo el Oscar el mejor actor, «Chisum» (1970), «La soga de la horca» (1973)... y tantas otras más.

Ya cuando éramos pequeños a casi todos nos dejaba con la boca abierta en cuanto lo veíamos aparecer en una película, sobre todo si era del Oeste, que además era el género que más nos gustaba. Hay que ver con qué seguridad se movía y con qué soltura manejaba la pistola, el rifle o montaba a caballo. Y nada se le ponía por medio, ya fueran comanches, pistoleros o forajidos sin escrúpulos. Nada, por más que intentaban ponerle las cosas difíciles, no había forma de que acabaran con él. Por algo era el «Duke», como bien dejaba claro cuando se movía con ese estilo inconfundible moviendo rítmicamente la cadera de un lado a otro, siempre erguido y con la cabeza bien alta.

Curiosamente, a diferencia de lo que nos había pasado con otros actores, a medida que fuimos creciendo, en estatura y edad, nunca dejamos de sentir admiración por John Wayne. Además, ya no eran solo las películas del Oeste o «de guerra» en las que nos gustaba verlo, sino también en románticas, policíacas o de aventuras. ¡Qué más daba! Lo importante es que él estuviera ahí, con su enorme presencia y su inimitable personalidad.

José Molina

 

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