QUERIDOS RECUERDOS

¡Sería por gaseosas…!

¡Sería por gaseosas…!

Tengo la impresión de que, de un tiempo a esta parte, se ha ido perdiendo la sana costumbre de beber vino con gaseosa, o en su defecto sifón, en las comidas, lo cual no es que esté ni bien ni mal, sino simplemente es una apreciación personal sobre un hábito cotidiano que en otro tiempo parecía institucionalizado.

Buena prueba de ello es que, hoy día, cuando te acercas a un supermercado a comprar alguna gaseosa, la variedad de esta refrescante bebida es francamente pobre. Por lo general, uno se encuentra con la gaseosa de toda la vida, o sea, «La Casera», a la que parece que le hicieron un contrato fijo que perdura eternamente, y si acaso la marca blanca de la franquicia de tiendas a la que uno ha ido a comprar. En estas circunstancias, siempre me pregunto: ¿y dónde demonios se han metido «La Pitusa» o «La Revoltosa», que eran mis gaseosas favoritas? ¿Es que ya nadie recuerda las saltarinas y pizpiretas burbujas que tenían que, al ingerirlas, hasta conseguían que se saltaran las lágrimas?

Y como yo, supongo que muchos echaran en falta su gaseosa preferida, aquella que en otro tiempo saboreaban con verdadero placer. Y es que de lo que no cabe duda es de que había una infinita variedad de gaseosas capaz de satisfacer los gustos y sabores de todo el mundo. De hecho, creo que no había localidad (pueblo, ciudad, provincia o región) que no tuviera su propia marca de gaseosa, o sus propias marcas de gaseosas, que en muchos casos la oferta hasta duplicaba o triplicaba.

La relación, desde luego, sería interminable y daría para un profundo estudio de «comportamiento sociológico», pero baste con citar solo a algunas (al margen de las ya antes referidas) , a ver si hay suerte, y entre ellas alguien logra reconocer la suya. Pues ahí va: «La Preferida», «La fama cordobesa. Pijuan», «La amapola», «La moderna, «Rigau», «Dungil», «Gaseosa Selecta», «Ebesa», «Otero», «Eduardo Feijó», «López», «La Vianesa», «Valcárcel», «Rodicio»... En fin, y así podríamos seguir hasta mañana.

Solo por curiosidad, Rafael Sánchez Barros, un carpintero del pueblo toledano de Calera y Chozas, lleva coleccionando botellas de gaseosas desde hace más de veinte años. Durante eses tiempo ha reunido nada menos que ¡60.000!, muchas de las cuales ya las ha exhibido en una exposición titulada «Historia de una burbuja. La gaseosa en España». Como bien señala Rafael: «En el pasado, cada pueblo se lio a hacer gaseosas. La gente montaba su tinaja de barro, abría el grifo y a rellenar». Pues no se hable más...

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