Popeye el marino soy…

Popeye el marino soy…

Aunque parezca mentira, de pequeño me hice un adicto empedernido a las espinacas gracias a Popeye, aquel marino algo fanfarrón y buscapleitos que, cuando las circunstancias lo requerían, se tomaba un bote de tan sabrosa verdura y se ponía hecho un toro. ¡Qué maravilla, debí de pensar entonces, poder tener esa musculatura  simplemente comiendo un puñado de espinacas! Bueno, y también debía pensarlo mi madre, que con la excusa de Popeye me inflaba a espinacas de todas las formas posibles: en tortilla, rehogadas, rebozadas, en potaje..., y yo creo que hasta crudas.

Pues así era lo del inmediato efecto muscular que producían las espinacas, como bien nos enseñaban las aventuras de ese legendario personaje que nació como historieta cómica en el diario neoyorquino "Evening Journal", allá por 1929, de la mano del dibujante Elzie Segar, y que luego pasó a la gran pantalla en forma de cortometraje, y más tarde a la TV, de la mano de los míticos Fleisher Studios, allá por los años 50.

Debo reconocer que no me acuerdo muy bien de cuándo comenzó a emitirse la serie "Popeye el marino" en TVE, pero lo que sí sé es que no me perdía ni un solo capítulo. Me encantaban sus disparatadas aventuras y los estrambóticos personajes que acompañaban a Popeye: Olivia, su flacucha novia, que con esa talla diminuta hoy podría ser modelo de pasarela; el malvado Brutus, que andaba empeñado en hacerle la vida imposible al marino, enamorado como andaba también de Olivia, pero al que el efecto de las espinacas siempre acababa jugándole malas pasadas: Cocoliso, el hijo adoptivo de Popeye, siempre tan risueño y dispuesto a escuchar las historias que le cuenta su padre, y, por supuesto, Pilón, el bonachón amigo de Popeye al que había una cosa que le perdía más que cualquier otra: las hamburguesas, que entonces no sabíamos muy bien qué eran exactamente.

Pues con esos y otros entrañables personajes nos asomábamos cada tarde a la pequeña pantalla para disfrutar y divertirnos un rato, que mucho más no necesitábamos para sentirnos felices.

[José Molina]

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