Vencer la incomunicación está en nuestras manos

Vencer la incomunicación está en nuestras manos

El distanciamiento afectivo y la frialdad en nuestras relaciones tienen con frecuencia origen en nuestra propia actitud. Distribuir mejor el tiempo, modificar nuestras prioridades y nuestro propio comportamiento pueden evitarnos la sensación de soledad y aislamiento que a veces sentimos, aun conviviendo con familiares o amigos.

Muy pocas personas podrían decir que, en el transcurso de su vida, no han experimentado la sensación de soledad sin desearla, incluso conviviendo con otras personas con las que tienen vínculos familiares o de amistad.

Es inevitable que ante la muerte o ausencia prolongada de un ser querido experimentemos abandono y soledad, pero existen otros procesos que favorecen esta sensación, que tienen la particularidad de generarse en nosotros y que, por lo tanto, podemos modificar. Me refiero a las relaciones humanas en las que una peculiar manera de interactuar y comunicarnos nos lleva, paradójicamente, a la incomunicación y el aislamiento.

Los avances tecnológicos posibilitan formas de comunicación que exigen poco tiempo. Lo que tenemos que transmitir se condensa en un escueto correo electrónico, un SMS con abreviaturas imposibles o una apresurada conversación telefónica, sin reparar en que el 90% de la información interpersonal se apoya en la comunicación no verbal, incluido el tono de voz. Indudablemente la renuncia a estos matices se paga con el deterioro de la comunicación, con la frialdad y el distanciamiento afectivo.

Esta reflexión inicial nos debería animar a revisar la distribución de nuestro tiempo y a una modificación de las prioridades, para intentar situar en un lugar preferente las relaciones afectivas y sociales.

Culpabilización
Si avanzamos en la reflexión sobre lo que podemos modificar para mejorar nuestras relaciones, nos encontramos con nuestro propio comportamiento. No se trata de culpabilizarnos cuando sospechamos que nuestras relaciones son mejorables, sino de soltar el lastre de algunas influencias negativas de la educación que hemos recibido.

Para empezar, analicemos la valoración que hacemos de nosotros, de nuestra autoestima: La mayoría de las personas que tienen alguna dificultad para las relaciones interpersonales se comporta de forma agresiva o pasivo-agresiva para compensar un cúmulo de inseguridades, miedos o prejuicios; otras tienden al aislamiento por temor a que se pongan de manifiesto supuestas limitaciones que se atribuyen a sí mismas debido a una influencia educativa culpabilizadora.

Perfeccionismo
Estrechamente relacionado con la culpabilización, encontramos el perfeccionismo compulsivo, alimentado por iconos sociales de competitividad, en virtud de los cuales somos personas exitosas, o no somos nada. Los propios errores se viven como auténticas catástrofes que utilizamos para castigarnos, en vez de analizar la valiosa información que nos proporcionan para mejorar.

En los encuentros sociales y, por supuesto, en los profesionales, no acaparar cierta cota de atención, no conseguir el reconocimiento público de nuestros méritos se considera un fracaso. La discrepancia o una simple puntualización sobre nuestras opiniones nos pone a la defensiva y nos lleva a interpretarla como un ataque personal, en vez de considerarlo como una oportunidad de enriquecimiento.

Inhibición
Si ante estas situaciones se decide que la opción más conveniente es inhibirse de las relaciones interpersonales, estamos dejando paso a los miedos anticipatorios e irracionales que nos condicionan a considerarlas como fuente potencial de conflictos y peligro de desvalorización, facilitando la tendencia a la incomunicación.

Con estas premisas se materializa una baja autoestima proyectada hacia los demás como una carta de presentación cargada de negatividad que nos será devuelta, como si se tratara de nuestra imagen reflejada en un espejo, en forma de actitudes recelosas. Esta dinámica de retroalimentación aumentará nuestras inseguridades, deteriorando la calidad de las relaciones.

Hagamos un esfuerzo por mejorar nuestra objetividad. Consideremos que, si no nos gustan todas las personas que se cruzan en nuestra vida, nosotros tampoco tenemos por qué gustar a toda la humanidad, y eso no es razón para sentirnos rechazados y aislados.

Un buen comienzo para procurar el cambio es sustituir el paternalismo y la condescendencia por el respeto y la escucha activa. Comprendamos las motivaciones de los demás, esforcémonos por situarnos en su lugar para entender, aunque no necesariamente para ceder. Interesémonos por identificar los objetivos comunes para convertir en alianzas posturas confrontadas. Si confiamos en nosotros mismos, los demás también lo harán.

Existe la falsa creencia de que complacer sin límites a los demás nos proporciona su aprecio; cuando, en realidad, supone una forma de esclavitud que no beneficia a nadie y nos conduce hacia la desvalorización y pérdida de autoestima, con una clara repercusión negativa en las relaciones.

Afrontar los conflictos de manera constructiva y empática conduce a acuerdos consensuados y refuerza las relaciones. Con frecuencia, se descubre que existe un objetivo común y que la única discrepancia es la forma de conseguirlo. Si ciframos equivocadamente la estima personal en imponer nuestro criterio, estaremos allanando el camino de nuestro propio aislamiento social.


Adelina Sánchez Adeva. Psicóloga clínica y jurídica. Especialista en mediación familiar

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Comentarios (2)

Miguel
18 abril 2016 20:26
Tengo un problema de autoestima me gustaría contactar con ustedes para saber mi lado positivo intercambiar modo de vida gracias por su ayuda
Miguel
18 abril 2016 20:07
Me interesaría tener contacto con la psicóloga para poder hacer de mi problema acumulativo por el sentido positivo de las cosas de la vida gracias por todo

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