Blog de Dolors Colom Masfret. Plusesmas.com

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Directora Científica del Master Universitario de Trabajo Social Sanitario. Estudios de Ciencias de la Salud. Universitat Oberta de Catalunya (UOC). Profesora asociada del Grado de Trabajo Social. Universidad de Barcelona (UB). Directora de la revista Agathos, atención sociosanitaria y bienestar.

El sistema sanitario español era uno de los mejores del mundo

lunes, 13 de septiembre de 2021

Durante años, en entornos profesionales, congresos, jornadas, incluso en espacios de divulgación como los medios de comunicación, solo por citar algunos, se escuchaba a menudo afirmar en presente: «el sistema sanitario español es uno de los mejores del mundo». Eran los años noventa, primeros de los dos mil. Entonces tal afirmación, lejos de ser discursiva como lo es hoy, era un hecho. Por ejemplo, al analizar la variable «evolución de las listas de espera», en el año dos mil alrededor del 94% de la población expresaba su satisfacción. ¡No está mal!

No obstante, ocurre que cuando uno está convencido de que es el mejor fácilmente cae en la trampa del crédito ganado, se relaja y se convence de que no tiene nada a mejorar. Parece que incluso se pierde el instinto de conservar lo logrado. Craso error porque como en su momento señaló uno de los considerados padres de la Calidad Total, Edward E. Deming: «toda organización es siempre mejorable». Si ello se relaciona, metafóricamente, con la segunda ley de la terminantica por la que «todo sistema abierto sobre el que no se actúa tiende a la entropía» el desenlace está servido: es el presente más indeseable. 

El sistema sanitario español, el que era uno de los mejores del mundo empezó, hace unos cuantos años, un leve declive. Quienes, sucesivamente, asumían las altas responsabilidades políticas de la planificación y la gestión, empezaron a quitar más de lo que ponían y confundieron las estructuras, los edificios, los aparatos, las tecnologías de la información, con los equipos profesionales cuya gestión quedó en la nada: los contratos pasaron a ser de días, incluso de horas. Los profesionales se vieron sumergidos en la inestabilidad. El día a día cayó en una losa de burocratización y los pacientes fueron perdiendo la centralidad del sistema que tanto se había predicado. Primero fue imperceptible, incluso podía parecer algo coyuntural, pero la realidad y el tiempo han demostrado que era el fin. La decadencia en la gestión de los profesionales ha ido a más y gran parte del personal sanitario ejerce en unas condiciones laborales que, francamente, deberían avergonzar a quienes las permitieron, las permiten, si es que les queda un mínimo de pudor por la responsabilidad que en un día asumieron y por la que percibieron, y perciben, buenos salarios.

El discurso sobre las excelencias del sistema sanitario público español se reproducía año tras año, pero pasó de ser un hecho a una locución rayada en ruedas de prensa, mientras cada profesional en su área de conocimiento era testigo del progresivo adelgazamiento de medios para mantener la calidad lograda. El sistema que fuera modelo para muchos países del mundo se resquebrajó. Para ilustrar el declive desde el empirismo y la evidencia, siguiendo con la variable «listas de espera» citada al principio del texto: el Barómetro Sanitario del Ministerio de Sanidad, revela como se ha pasado de una percepción de empeoramiento de las listas de espera del 5,8% en el año 2000 al 24% en el año 2019. Si se analiza la información al revés, los que responden que las listas de espera han mejorado, en el año 2000 respondía afirmativamente el 30,02%, valor que en el año 2019 se redujo al 8%. A estos datos poca discusión se puede añadir. El fallo del sistema sanitario es evidente.

La pandemia COVID-19 ha sido el empujón final. La tensión organizativa y profesional, que ya estaba enormemente dañada, perdió la energía de la motivación y la vocación que movía montañas se vio vapuleada. Los profesionales que por su naturaleza deben tomar decisiones en base a sus conocimientos, se han convertido en mano de obra ejecutora y barata, de quienes carecen de ellos y les da lo mismo un roto que un descosido. Es fácil predicar, más difícil es dar ejemplo de ello.  

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