Blog de Dolors Colom Masfret. Plusesmas.com

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Directora Científica del Master Universitario de Trabajo Social Sanitario. Estudios de Ciencias de la Salud. Universitat Oberta de Catalunya (UOC). Profesora asociada del Grado de Trabajo Social. Universidad de Barcelona (UB). Directora de la revista Agathos, atención sociosanitaria y bienestar.

Preocupa la bajada de los precios: ¿Qué hay de la bajada de los sueldos?

viernes, 20 de febrero de 2015

Algunas incoherencias desquician al más común de los mortales: la de los sueldos y los precios es una de ellas. Como hoy todo ocurre tan cerca de todo y la palabras ya no se las lleva el viento sino que quedan archivadas o grabadas en las hemerotecas, uno se da cuenta de que las explicaciones son ad hoc y lejos de apoyarse en razonamientos fundados brotan de los análisis más simplones. Son explicaciones que no explican o explican mal.

Si mientras estoy escribiendo estas líneas cayera un vaso al suelo, no podría deducir que cuando escribo, caen los vasos. Cierto que alguien locuaz, con un gran don de palabra y mezclándolo con algo de pensamiento mágico, podría convencernos de que es así. Pero sería falso, o lo que es peor, además de una falsedad, una burda manipulación de la realidad de las causas y de sus efectos. Así que, mientras la bajada de los sueldos era un hecho necesario para sacar a la economía de los infiernos, la bajada de precios ya no tiene que ver con el mismo contexto y por real decreto pasa a ser una amenaza ¿para quién? 

La adaptación a la nueva realidad económica, cargada de precariedad, ha sido a empujones pero una mayoría ha aprendido a cuidar de sus euros. Si los dineros que llegan al bolsillo menguan, directamente cuando a final de mes el dinero es menos, o indirectamente cuando lo que consumimos se encarece, es obvio que se prioriza y la pirámide de Maslow cobra protagonismo. En ese ejercicio de priorización se abofetean lo que uno puede, o no puede, adquirir. En la economía real, la gestión de la cartera doméstica, ha propiciado por ejemplo que en el supermercado la compra de la segunda unidad se premie con un importante descuento.

 El pasado año 2014 bajó el IPC. Ello a pesar de que los consumibles domésticos como la luz, el gas, el agua, se hayan atrincherado en multitud de pequeños impuestos que acaban devorando el propio consumo pasa a un segundo plano: «58 € de agua en enero, el consumo son 8 €, los 50 restantes corresponden a impuestos y cánones» decía hace poco una señora. Me acordé de la cara de Dersu Uzala en la película con el mismo nombre, dirigida por Akira Kurosawa en 1975, cuando ve que se embotella el agua del manantial y nos cobran por ella.  Da igual que uno se envuelva en una manta, no abra el grifo, o coma crudo, a final de mes, las facturas de consumo doméstico siguen siendo un susto que nos aboca a lo imposible, ya no se paga por el consumo, se paga por la posibilidad poder consumir. Pero aun así el IPC bajó y ello parece terrible. 

En la economía real, si bajan los ingresos de las personas, de las familias, baja el consumo, la demanda es menor y, por tanto, el exceso de oferta hace que los precios bajen. ¡Ya era hora! Si se dejan de lado los juegos de números junto con los juegos de palabras, el día a día de cada uno obliga a pensar en los euros, pero no como acto de conciencia sobre el consumo responsable, sino como acto de restricción que lleva a prescindir de lo máximo que se pueda. 

Cuando los sueldos no están en sintonía con la carestía de vida parece obvio que el desequilibrio resultante favorece la bajada del consumo. Por lógica, si los sueldos bajan y también lo hacen los precios, por aquello de la «oferta y la demanda» como dice el refrán «lo comido por lo servido». Si bajan los sueldos y suben los precios, mal vamos, porque uno, y uno es la mayoría, se aísla económicamente. Por tanto, los precios no pueden más que bajar porque así lo han hecho los sueldos. No está ocurriendo nada que no fuera previsible. 

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