Apellidos nacidos del miedo, pestes, guerras y supersticiones que dejaron huella para siempre


Publicado por Patricia Fernández, periodista
Creado: 27 de diciembre de 2025 13:28 | Modificado: 27 de diciembre de 2025 13:36


Apellidos nacidos del miedo, pestes, guerras y supersticiones que dejaron huella para siempre

A lo largo de la historia, el miedo no solo ha cambiado comportamientos, también ha creado apellidos. Epidemias, guerras y creencias medievales dejaron tal impacto en la vida cotidiana que muchas familias quedaron marcadas para siempre, incluso en su apellido.

El miedo como origen de identidad

La historia de los apellidos no siempre nace del orgullo, la nobleza o el oficio heredado. En muchos casos, surge del miedo. Miedo a morir, a enfermar, a ser señalado o a no sobrevivir a una guerra. Durante siglos, especialmente en la Edad Media y la Edad Moderna, la vida estaba atravesada por amenazas constantes: epidemias devastadoras, conflictos armados recurrentes y una cosmovisión dominada por la superstición y la religión.

En ese contexto, el apellido también servía de protección, una señal o una estrategia de supervivencia. Algunos apellidos se adoptaron para invocar salvación divina; otros, para marcar una exención de impuestos o de servicio militar; y otros nacieron directamente de creencias mágicas o religiosas pensadas para alejar la desgracia.

Hoy, muchos de esos apellidos siguen vivos en España y en otros países, aunque sus portadores rara vez conocen el origen inquietante que los vio nacer. Descubre cómo el miedo colectivo se convirtió, literalmente, en herencia familiar.

Cuando la peste obligó a cambiar de nombre

Las grandes epidemias -especialmente la peste negra del siglo XIV- provocaron no solo millones de muertes, sino también un profundo desorden social. En pueblos enteros diezmados, los supervivientes eran identificados de formas nuevas, muchas veces ligadas a su situación excepcional.

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Apellidos tan comunes en España como Salvador aparecen documentados en este contexto. No se trataba solo de un nombre religioso: en muchos casos se asignaba a personas que habían sobrevivido a una enfermedad grave o que habían sido rescatadas de situaciones límite. El apellido funcionaba como testimonio de una "salvación", tanto física como espiritual.

También surgen en estos periodos apellidos vinculados a hospitales, lazaretos o instituciones de caridad. Familias enteras pasaron a ser conocidas por su relación con lugares de aislamiento, y esos nombres terminaron fijándose en registros parroquiales cuando los apellidos se volvieron hereditarios.

En una época sin apenas medicina, sobrevivir a una peste era casi un milagro. Y como tal, quedaba inscrito en el apellido.

Guerras, privilegios y apellidos defensivos

Las guerras medievales y modernas dejaron otra huella profunda en la onomástica. Durante los conflictos, muchos hombres eran reclutados de forma forzosa, lo que llevó a la aparición de apellidos vinculados a exenciones o situaciones especiales.

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El apellido Exento es un ejemplo claro. Aparece en documentos históricos para identificar a personas liberadas del servicio militar o de ciertos tributos, bien por razones físicas, por edad, por protección eclesiástica o por desempeñar oficios considerados esenciales. Con el tiempo, lo que empezó como una anotación administrativa terminó convirtiéndose en apellido heredado.

Algo similar ocurrió con apellidos que señalaban condición de refugiado, desplazado o superviviente de una contienda. En pueblos arrasados o repoblados tras guerras, el apellido ayudaba a distinguir a quienes habían llegado después, muchas veces cargando con el trauma del conflicto.

En estos casos, el apellido no glorificaba la guerra: era una marca silenciosa de haberla sobrevivido.

La superstición como escudo contra el mal

En la mentalidad medieval, la enfermedad, la guerra y la muerte no eran fenómenos naturales, sino castigos divinos o acciones del mal. Para protegerse, muchas familias recurrieron a la superstición, y eso también generó apellidos.

Los apellidos Sanmartín, San Salvador, Santamaría o De Dios se multiplicaron en épocas de crisis. No siempre indicaban devoción profunda, sino una estrategia simbólica: colocar a la familia bajo la protección de un santo concreto. San Martín, por ejemplo, era invocado contra enfermedades, pobreza y violencia; no es casual que su nombre aparezca con fuerza en zonas castigadas por conflictos.

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En algunos casos, estos apellidos se asignaban a niños nacidos en momentos críticos, como guerras o epidemias, con la esperanza de que el apellido actuara como amuleto protector.

La frontera entre fe y superstición era difusa, y el apellido se convirtió en una barrera simbólica contra el miedo.

Apellidos que nacieron del señalamiento social

No todo apellido nacido del miedo buscaba protección. Algunos surgieron como consecuencia del señalamiento. Durante las epidemias, las autoridades necesitaban identificar rápidamente a los contagiados, a los aislados o a quienes habían pasado por cuarentena.

Esto dio lugar a apellidos que, en origen, distinguían a personas marcadas por la desgracia. En ciertos lugares, sobrevivientes de enfermedades graves eran conocidos durante generaciones por ese hecho, aunque el significado original se fuera diluyendo con el tiempo.

En otros casos, el miedo colectivo generó apellidos relacionados con el aislamiento, la marginalidad o la sospecha. Familias enteras quedaron estigmatizadas por un episodio concreto -una enfermedad, una acusación, una huida- y ese estigma se transformó en apellido.

El miedo a lo desconocido y los apellidos protectores

La Edad Media fue también una época dominada por el miedo a lo invisible: demonios, mal de ojo, brujería, castigos divinos. Para contrarrestar ese temor, muchas familias adoptaron apellidos con significados claramente positivos o protectores.

Apellidos como Salud, Paz, Seguro o Fortún no nacieron del optimismo, sino del deseo desesperado de invocar aquello que faltaba. En tiempos de inestabilidad extrema, nombrar era una forma de conjurar.

Este fenómeno no es exclusivo de España, pero aquí se vio reforzado por el peso de la religión y por la importancia de los registros parroquiales, que fijaron esos apellidos de manera definitiva.

De marca circunstancial a herencia familiar

Lo más llamativo de estos apellidos es que nacieron como soluciones temporales, respuestas inmediatas al miedo, pero acabaron siendo permanentes. Cuando, entre los siglos XV y XVII, los apellidos comenzaron a heredarse de forma estable, muchos de ellos ya estaban asentados.

Así, una anotación hecha para identificar a un exento, a un superviviente o a un protegido por un santo terminó convirtiéndose en la identidad de generaciones enteras que ya no vivían bajo ese miedo original.

Hoy, llevar uno de estos apellidos nacidos del miedo no implica enfermedad, guerra ni superstición. Pero el origen sigue ahí, oculto bajo siglos de normalización.

Un fenómeno universal, una huella muy humana

Los apellidos nacidos del miedo no son una rareza histórica, sino una constante humana. Cuando la vida se vuelve frágil, el lenguaje se adapta para proteger, señalar o explicar. El apellido fue, durante siglos, una herramienta más de supervivencia.

Salvador, Sanmartín, Exento y tantos otros no nacieron para destacar, sino para resistir. Son testigos silenciosos de épocas en las que sobrevivir ya era un logro, y nombrarlo, una necesidad. Hoy los llevamos sin pensar en ello, pero durante siglos fueron algo más que un nombre: fueron un escudo.

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