Vender la casa para el pago de la residencia

Autor: David Igual Molina Profesor de la UPF-BSM - Socio Fundador de Pensium

Si la persona ya no puede mantenerse sola, ¿por qué no convertir la vivienda en fondos para costear su cuidado? No obstante, lo que parece lógico puede resultar emocional y económicamente arriesgado. Solemos olvidar que una casa no es solo una estructura física. Es el hogar, el lugar que guarda recuerdos, rutinas y afectos. Sacar a una persona mayor de ese entorno muchas veces implica romper su lazo más profundo con la estabilidad emocional.

Conservar la propiedad puede ser una forma de mantener esa conexión viva. Desde el punto de vista financiero, vender una vivienda puede parecer una solución rápida, pero a largo plazo puede ser contraproducente. Las propiedades suelen aumentar de valor con el tiempo. Entonces, ¿por qué deshacerse de un bien que se valoriza para cubrir un gasto que no deja de crecer, como el de una residencia? A menudo se dice que el dinero no se hereda, pero el patrimonio familiar tiene un peso simbólico y emocional que va más allá del valor monetario. Además, no siempre se consideran los costes legales y fiscales que conlleva una venta.

Es cierto que los mayores de 65 años pueden vender su vivienda habitual sin tributar IRPF, pero eso no significa que todo sea ganancia. El impuesto de plusvalía municipal puede suponer una cantidad importante, sin contar los gastos de notaría, registro y, a veces, comisiones inmobiliarias. Un aspecto menos conocido, pero fundamental, es que en muchas comunidades autónomas, la Ley de Dependencia no incluye la vivienda habitual como parte del patrimonio a la hora de conceder ayudas. En cambio, si esa casa se convierte en dinero líquido tras la venta, sí se tiene en cuenta. En otras palabras, vender puede limitar el acceso a apoyos públicos importantes. Afortunadamente, existen alternativas que permiten generar ingresos sin renunciar al control del inmueble: adelantos de alquiler, alquiler convencional, hipoteca inversa o cesión temporal de uso, por ejemplo. Son fórmulas que abren opciones sin cerrar puertas. Ingresar a una residencia puede ser una necesidad en muchas situaciones. Pero hipotecar el futuro por una solución que parece definitiva, cuando en realidad puede no serlo, no debería ser la única vía. En la última etapa de la vida, cada decisión cuenta, y no hay espacio para apresuramientos ni para pasos sin retorno.