Blog de Dolors Colom Masfret. Plusesmas.com

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Directora Científica del Master Universitario de Trabajo Social Sanitario. Estudios de Ciencias de la Salud. Universitat Oberta de Catalunya (UOC). Profesora asociada del Grado de Trabajo Social. Universidad de Barcelona (UB). Directora de la revista Agathos, atención sociosanitaria y bienestar.

Cada vez más, las familias de personas enfermas quedan abandonadas a su suerte

martes, 12 de enero de 2016

Si se pregunta a un profesional del sistema sanitario sobre el modelo asistencial, no importa la disciplina en la cual se inscriba, con seguridad  responderá «el modelo biopsicosocial» o «el modelo integral». Salvo excepciones, hablará de la atención a la persona enferma pero también de considerar a su familia y entorno sobre todo ante circunstancias muy adversas. Pero esta es la teoría. La práctica, consecuencia de lo que sea, pero no de la crisis ni los recortes porque estoy hablando de actitudes y no de recursos, cada vez más, deja mucho de desear con relación al modelo biopsicosocial que va camino de convertirse en una entelequia. Es frecuente escuchar a personas expresando un sentimiento de abandono institucional con relación a los apoyos psicosociales al enfermo y a su familia o cuidadores principales. No se quejan de la atención médica, se quejan de que más allá del médico, parece acabar todo. Sin embargo, allá donde acaba el médico, después de los 20 o 25 minutos de la visita, se inicia todo lo demás. Es en la casa donde se dirime todo lo que desde la medicina y a mucho estirar la enfermería, se ha pautado. 

A finales de la década de los ochenta, tener familia se interpretaba como estar atendido. Una suposición, como se vio enseguida, gratuita, pues tener familia no significaba asegurar la atención pautada. Avanzando en el tiempo, en la década de los noventa, se verificó que el incremento de la esperanza de vida no siempre se acompañaba de una buena calidad de vida ni para la persona afectada ni para la familia, la cual, se veía forzada a realizar un sobre esfuerzo asistencial en la casa. Las familias se convirtieron en las grandes proveedoras de servicios de apoyo a coste cero para el sistema pero con un coste muy alto para sí mismas. Esto llevó a crear programas de apoyo a cuidadores, porque los profesionales nos dimos cuenta de que la cuidadora pasaba a ser la gran damnificada de esta situación al ver roto su propio vivir. Un desgarro vital que en su rol de cuidadora o cuidador, aceptaba la mayoría de las veces. Los profesionales vimos que para poder seguir contando con la cuidadora, debíamos cuidarla a ella. Era una obviedad. La persona enferma, siempre hablando en términos generales, anhela estar en familia, recibir los cuidados en su casa. Y la familia, también hablando en términos generales, asume los cuidados del enfermo y los cambios que suponen en su rutina. Pero los profesionales sabemos que esta realidad viene preñada de riesgos para todos, porque la relación entre enfermo y cuidadores, entre enfermo y familia se va deteriorando, materializando un sentimiento de cansancio y desaliento. 

Desconozco datos de ámbito estatal, aseguraría que no los hay. Pero de los años en mi etapa asistencial, alrededor del 3 o 4% de las personas ingresadas se encontraban sin apoyos reales para regresar a su casa. La mayoría de las familias, el 96 % restante, se hacían cargo de sus parientes enfermos y los atendían tan bien como podían y sabían. Este es el punto, la familia puede atender al enfermo tan bien como pueda y sepa pero hay circunstancias que requieren la atención profesional. El tercero, el profesional, debe reajustar las realidades derivadas del cuidado. La familia de una persona enferma y privada de su autonomía física, psíquica o social, por más predisposición que muestre y disponga, por más que quiera, solo puede hacer de familia. La familia no puede actuar como terapeuta porque, precisamente, es familia. 

Por ello, no dejemos abandonadas a su suerte a las familias de personas enfermas, ayudémoslas con apoyos adecuados a sus necesidades emocionales, físicas y psíquicas, facilitémosles este respiro que necesitan y esa comprensión que las llenará de energía para seguir cuidando al familiar y si se requieren apoyos intermedios, facilitémoslos. Si no existen, reivindiquémoslos, a fin de cuentas, los profesionales somos agentes de cambio y agentes promotores de recursos.  Y los políticos, por cierto, todos sin excepción, necesitan de los profesionales sanitarios para satisfacer a la población en sus necesidades biopsicosociales reales. 

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