Blog de Dolors Colom Masfret. Plusesmas.com

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Directora Científica del Master Universitario de Trabajo Social Sanitario. Estudios de Ciencias de la Salud. Universitat Oberta de Catalunya (UOC). Profesora asociada del Grado de Trabajo Social. Universidad de Barcelona (UB). Directora de la revista Agathos, atención sociosanitaria y bienestar.

Lo que unos estropean, otros lo arreglan: historias de cuatro patas

martes, 24 de mayo de 2016

Hace unos días estaba en la farmacia con mi cuatro patas, una dulzura que suele enamorar y seducir. Con los farmacéuticos comentábamos sin más mientras compraba. En estas, entró una señora con su bicicleta y como quien no dice nada, empezó a despotricar sobre los perros que ensucian en la ciudad y bla, bla, bla. Su tono era altivo y arrogante tal cual ella fuera el último ser pensante del mundo. Como cada vez que lanzaba una puya me miraba, acabé diciéndole que se equivocaba conmigo porque me cuidaba personalmente de que mi can no dejara rastro.

Ella, meciendo su bicicleta, insistía generalizando y se mostraba incapaz de analizar lo singular. Decidí mostrarle el paquete de servilletas de celulosa y de bolsas que llevaba en el capazo para recoger adecuadamente los «popos», poniendo énfasis en que ninguno de ellos tocaba el asfalto gracias a la celulosa. «Ese perro será especial» dijo intentando la ironía.

La señora no estaba dispuesta a admitir que muchas personas con perro son conscientes de que la ciudad es de todos y cuidan ella. Pero la señora que mecía su bicicleta, lejos de escuchar y luego pensar, seguía con su letanía casi cristalizada en tópico. Sin embargo, a la señora no le servía lo de los «popos», ella hablaba de los «pipis». Pero en mi bolso, además de la celulosa y bolsas de plástico, también va una botella con agua y algo de jabón, precisamente para limpiar el asfalto cuando se da la «circunstancia». Como si la cuatro patas y yo misma nos hubiésemos evaporado siguió halando con el farmacéutico ignorando todo lo que le había dicho, solo con la  intención de que no generalizara. La generalización suele llevar a la miseria intelectual.

Muchos vecinos del barrio, para no manchar en el asfalto, recorremos a una estrecha zona hierba, una zona que cada día recibe agua de riego y, por tanto, se limpia a diario. Es cierto que algunos dueños no son lo cuidadosos que sería deseable. Pero eso no justifica la generalización. Ayer me encontraba en esta zona y viene una mujer gesticulando, agresiva como un demonio, soltando por su boca todo tipo de insultos e improperios.

Los paseos matinales suelen ser muy tranquilos, agradables en su esencia, llenos de saludos amables. A veces, si se tercia, al saludo le sigue una breve conversación. Se trata de un paseo distendido y pacificador, bajo el aleteo de las hojas de los árboles ahora en plena efervescencia. Las gentes son agradables, amables y nos apañamos con los espacios comunes. El encuentro con tal esperpento, me descolocó. Lo primero que pensé era que le pasado algo, que se encontraba mal y me estaba pidiendo ayuda. Pero resultaba que no, que esta señora a la que no conocía de nada, se acababa de atribuir el derecho de insultarme por tener a la cuatro patas en la hierba.  

Llama la atención que ninguna de estas personas que han actuado con esta intransigencia y agresividad, han escuchado explicaciones, ni argumentos, ninguna ha querido ver que era un error generalizar. Pero esto que no dejan de ser anécdotas domésticas, me lleva a una gran preocupación: si convertimos al individuo en muchedumbre, si la persona es devorada por el colectivo o por lo que el otro imagina, la vida en sociedad corre un serio peligro. Por suerte la vida siempre encuentra a personas que sin saberlo arreglan lo que otras desarreglaron. En el paseo de la tarde, un señor, montado en su bicicleta, se paró, nos dejó pasar con un: «pase, pase, da gusto ver a su perro». 

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