Blog de Dolors Colom Masfret. Plusesmas.com

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Directora Científica del Master Universitario de Trabajo Social Sanitario. Estudios de Ciencias de la Salud. Universitat Oberta de Catalunya (UOC). Profesora asociada del Grado de Trabajo Social. Universidad de Barcelona (UB). Directora de la revista Agathos, atención sociosanitaria y bienestar.

Vocación, genio y talento: solo Beethoven toca el piano como Beethoven

sábado, 30 de junio de 2018

A 30 de junio de 2018

La vocación es como un conglomerado explosivo de energía e impulsos vitales brotados en la niñez o adolescencia y prolongados hasta la muerte. Se vive como un hervidero de anhelos deshilachados tañendo con fuerza en la interioridad que busca manifestarse, exteriorizarse. La vocación es fuente, rio y delta; es una semilla con todo su potencial, pero ésta, por si sola, sin el empeño del jardinero, nunca ofrecerá la plenitud de sus frutos. El árbol (raíces, ramas, hojas, fruta), está en la semilla, pero disfrutarlo requiere cuidado, genio, talento y paciencia. Sin ello la vocación del individuo queda en un latido. 

Suele escucharse a menudo: «querer es poder». La premisa quizás funciona en quereres simples relacionados con el hacer, pero no con el resultado de este hacer. No sirve para satisfacer los grandes anhelos sobre los que desarrollar la vocación camino del virtuosismo. A colación del «querer es poder» hace años alguien con mucha carretera a sus espaldas, me dijo: «¿Tú crees eso?». Le respondí: «Sí». Estaba convencida de ello. Entonces él dijo: «Por más que yo quiera tocar el piano como Beethoven jamás tocaré el piano como Beethoven y puedo pasarme la vida entera queriendo, pero moriré sin lograrlo». Lo comprendí, «querer» era importante pero no garantizaba el «logro». En realidad, solo Beethoven puede tocar el piano como Beethoven. Solo Mozart puede componer como Mozart. Solo Marilyn Monroe puede caminar sobre la rejilla de ventilación del metro como lo hace Marilyn Monroe. 

Ciertamente sentir el impulso vocacional, la inclinación, posibilita el primer paso. El logro final, sin embargo, requiere de los pasos restantes y repetirlos, casi siempre, multitud de veces. En ese recorrido infinito que busca dar forma a la vocación, cada cual, en su soledad, evitará desfallecer.

Pero el mundo se ha vuelto demasiado grosero. Una ristra de pseudo líderes de pacotilla, a diario rompen caminos, descomponen sueños, desvían vocaciones. La espontaneidad y frescura nacidas de la inspiración se ahogan en el cálculo, la planificación y la premeditación. Demasiadas normas, demasiadas reglas, demasiada avaricia, demasiados mediocres con poder de decisión, pero con capacidad nula para crear, desertizan los campos de las posibilidades. Plutarco ya advirtió sobre los mediocres. Aunque la vocación, cuando es de verdad, transita hasta el último día de vida, necesita de circunstancias posibilitadoras para materializarse. Es en ese caminar sobreviviendo a los desastres y dificultades, a los contratiempos que uno plasma su vocación, sea en el arte, en la ciencia, o un oficio. La vocación es energía volcánica, pero necesita entornos sanos. 

Con los años, el día a día, las normas, las exigencias de la mayoría de las organizaciones autodenominadas modernas, borra de la memoria de algunas personas aquellos momentos semilla que guiaron sus primeros impulsos para imaginar el futuro. Con la pesadez ambiental y colectiva, llega el olvido. Está desapareciendo el tiempo de la conversación en favor de tiempo del postureo para el «selfie» en busca de un «like». Las redes sociales ocupan los espacios y tiempos de interacción, creación y debate, mientras el pensamiento empobrece y la capacidad de análisis desaparece. Las respuestas no se razonan, se buscan en Google. El nuevo mundo, en gran parte, sujeto a criterios poco vocacionales y muy crematísticos, va desgastando la energía creativa, va dejando a cada cual instalado en esta zona de aguas templadas en donde no ocurre casi nada nuevo. Y así, se desvanece aquel estado de gracia vocacional en el que se reunía toda la energía capaz de organizarse para cambiar el infinito. La vocación de aquel, del otro, se cae hecha jirones.

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