Testimonios de una vida plena

Vivir sin pareja, felizmente solos

Vivir sin pareja, felizmente solos

Disfrutar de la vida tal como es ¿no es acaso un privilegio? Estar solo puede ser una circunstancia que facilite conocernos y valorarnos más positivamente a nosotros mismos. Solo hay que vencer el miedo a la soledad.

La palabra soledad significa carencia de compañía, estado o circunstancia de estar solo y, también, retiro o tranquilidad.

Muchos filósofos y escritores afirman que la soledad es necesaria para crecer, ser fuerte, independizarse, valerse por sí mismo, ser libre y encontrarse uno a sí mismo. Para Goethe, el talento se forma en la soledad, y el carácter, en cambio, en medio del torbellino del mundo.

Pepi se separó con 45 años. Hasta ese momento, se ocupaba de la casa. Era su marido el que se dedicaba a llevar el resto de las responsabilidades. Pero la vida le impuso tener que superarse y parece que surgieron de la nada todas sus habilidades: aprendió a conducir, encontró trabajo y esto ha hecho posible que su hija pudiese estudiar una carrera universitaria. Pepi tenía miedo a enfrentarse a los retos y sin darse cuenta se autolimitó. Con el paso del tiempo, y a la vista de los resultados, se valora y confía en sí misma. Cuando nos apoyamos en alguien, dejamos de ser nosotros mismos.

El miedo a la soledad tiene su origen en la infancia. Somos demasiado débiles para sobrevivir sin ayuda, y en esta etapa se dan las primeras experiencias de abandono y soledad, que son terribles para los niños. De ahí la necesidad de depender y estar acompañado. Un adulto que se desespera y se deprime más allá de lo normal cuando se enfrenta a la soledad no ha aprendido a desprenderse de aquellas experiencias infantiles y no confía en que puede sobrevivir y rehacer su vida; aún no sabe vivir consigo mismo.

Para muchos, algún día iremos acusando la ausencia de los que nos rodean. Los hijos deben irse para formar sus propios hogares. Las parejas pueden romperse, podemos vernos abocados a vivir solos por razones diversas, algunas elegidas, otras, impuestas por la vida. Adaptarnos a esta realidad es todo un reto. Un reto que, sin duda, algunos no logran superar, pero que aquellos que sí lo hacen han sabido utilizar como un medio para seguir creciendo y encontrarse a sí mismos.

Julio, 55 años, se separó de su pareja. Pasó momentos de desolación, perdió el sentido de su vida. Después de unos meses de vivir solo, se dio cuenta de que podía hacer muchas cosas; empezó a divertirse cocinando. Comenzó a arreglar su casa. Creó su propia «guarida», que consistía en tener todas sus herramientas a mano, y empezó a hacer bricolaje. De repente sintió una sensación de libertad que nunca había tenido y a partir de ahí desapareció su amargura. Resultó que podía vivir solo y a gusto. Tiene recursos suficientes para salir adelante, sobrevivir y, sobre todo, para rehacer su vida afectiva si fuera necesario.

Al igual que Julio, mucha gente responsabiliza de su felicidad a otras personas, perdiendo así su propio poder. Tenemos la sensación, equivocadamente, de que, si alguien nos ama o acompaña, podemos estar bien, y mal si no es así. Nadie tiene la llave para hacernos felices y completos.

El miedo a molestar a los familiares, miedo a ser rechazados, esperar pasivamente que se acuerden de nosotros son miedos que potencian una soledad no elegida libremente y fácilmente superable. Basta con aclarar los malos entendidos y hablar claro.

Alberto, 70 años, su mujer y sus hijos vivían en otra ciudad. Diferentes malentendidos entre él y sus hijos habían sembrado una fuerte barrera que los mantenía separados. Él no se atrevía a llamarlos por temor a que le rechazaran; obviamente, tampoco iba a verlos. Esta circunstancia es muy frecuente y describe un aislamiento más que soledad. Este tipo de temores dificulta cualquier comunicación.

Lanzarse a hablar con los seres que nos importan y preguntarse si merece la pena permanecer incomunicados es lo que hizo que Alberto llamara a sus hijos y aclarara lo que los había separado; de este modo, pudieron restablecer la comunicación y salió de su aislamiento.

Ocurre frecuentemente que abandonamos la motivación personal para motivarnos haciendo cosas por los demás. Al cabo del tiempo hemos perdido el sentido de hacer, pensar y sentir por y para nosotros mismos, como si hubiéramos perdido parte de nuestra personalidad. ¿Qué queremos hacer, aprender, experimentar? ¿Qué gustos tenemos? ¿Qué aficiones por descubrir?

María, 61 años vive sola ya que sus hijos se han independizado. Inició un curso de Historia en la Facultad. Se matriculó en una academia para aprender informática. Ha encontrado la fórmula para estar activa, alegre, dispuesta a seguir con su vida llena de ilusión. Gracias a internet se comunica con gente de todo el mundo para hablar de su gran pasión: Historia Universal. Además tiene la posibilidad de estar y comunicarse con toda la gente que desea. Por la noche vuelve a la paz de su casa, donde ya se encuentra bien, con sus recuerdos, sus detalles. Se puede decir que ha iniciado una etapa muy rica en experiencias en las que se entremezclan soledad y compañía, libremente elegidas.

Existe un tipo de soledad que todos los escritores la definen como despiadada y cruel. Es aquella que se sufre en compañía de otros, fruto de la incomunicación y el desamor. Si se puede aceptar y aprender de la experiencia de vivir solo, este tipo de soledad es mejor atacarla. Mejor solo que mal acompañado. De esto también se sale.

La soledad es una circunstancia y como tal puede variar en el tiempo. Uno puede salir de la soledad y volver a ella cuando se desee. Para ello debemos despegarnos y dejar de depender de los demás.

La dedicación a los demás nos hace sentir que no estamos solos. Pedro, 60 años y con hijos ya independientes, se sentía una carga inútil. De este modo empezó a aislarse. Un día leyó un anuncio de una ONG que pedía voluntarios para cuidar de enfermos de sida. No supo muy bien por qué, pero se presentó. Poco a poco, fue ocupándose de más tareas y comprendió que su soledad no tenía nada que ver con la de aquellas personas. Él estaba vivo y tenía mucho que dar y aprender. Se dio cuenta de que se había estado aislando, pero no estaba solo. Vivía en esa soledad impuesta por las circunstancias, pero aquello no tenía por qué ser eterno. Hoy sabe que estar bien depende más de lo que uno hace que de lo que se espera de los demás.

Se puede estar solo y agradecido a la vida. Disfrutar de la experiencia y encontrarnos a nosotros mismos con todas nuestras capacidades y potencialidades. Estar solo no es estar aislado. Podemos salir y entrar de esa situación, sacándole el mayor jugo que podamos. Estar solo y feliz significa que, si en algún momento decidimos volver a unirnos con alguien, esa decisión no está condicionada por el miedo a la soledad, sino que será libremente escogida. Amar por amor y no por necesidad. Estaremos dispuestos a entregarnos, porque tendremos suficiente para dar, sin buscar una relación que potencie la dependencia. Estaremos seguros para seguir solos cuando las relaciones se terminen, si es que tiene que ser así y, si no, será estupendo.

Victoria Artiach. Psicóloga psicoterapeuta

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Comentarios (4)

Gerardo
16 marzo 2018 01:49
La soledad y la edad son estados emocionales y mentales.
Dmitriy
26 junio 2015 06:28
Comparto lo que dice esta publicación con respecto a que uno puede vivir sin pareja y ser feliz, sin embargo debemos recordar que el ideal no es este, ya que el ser humano no ha sido diseñado para estar o más bien permanecer solo, por más que un simple tema de reproducción, también por un tema social, no mirado desde el prisma del que dirán los demás, sino entendiendo que de las parejas se forman las familias, y las familias son la base de nuestra sociedad, no por nada en la naturaleza existen los géneros masculino y femenino, el estrógeno y la testosterona, y roles sumamente claros para cada uno de los géneros (no es cuestión de machismo o feminismo, siempre e dicho que si una mujer quiere ser astronauta puede serlo, solo que por algo tienen glándulas mamarias y útero, ademas acaso el gallo cuida de los polluelos de una gallina, en el caso de los pinguinos son los dos, como debe ser para los seres humanos, un complemento, pero a lo que voy es de que ellas están hachas para formar a los pequeñines, y su rol de madres es sumamente importante y valioso para la naturaleza y humanidad). Otro punto importante, independiente de que se pueda vivir bien y encontrar la felicidad en la soledad, es ¿que hay de la gente que quiere estar con alguien?, el estar solo no tiene porque ser una obligación, o darse a entender de que es mejor permanecer en soledad, con respecto al caso de la señora pepi que se menciona en este documento, la culpa de que no desarrollaran sus habilidades o se encontrara así misma, no fue de su matrimonio o de simplemente estar acompañada, sino del simple hecho de que tal vez ella misma no se decidió antes a realizar una introspección con el fin de conocerse así misma, o la poca autoestima o mala dependencia hacia su marido de esta persona, solo finalizar reiterando que la soledad para el ser humano y la sociedad en general no es un ideal, claro que si una opción pero no un ideal.
fernando fuentes
17 mayo 2015 21:21
¿Existirán publicaciones, estudios cientifícos o autores contemporáneos que hablen del tema de la soledad, o la posibilidad de que el ser humano sea capaz de subsistir sin pareja?
Felipe
20 abril 2015 01:32
pienso que es una reflexion muy interesante, en especial para aquellas personas que desafortunadamente no pueden manejar la vida sin una pareja a su lado.

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