Medicamentos y disfunción eréctil. Pastillas que pueden estar jugando en tu contra


Publicado por Patricia Fernández, periodista
Creado: 20 de octubre de 2025 20:34 | Modificado: 21 de octubre de 2025 11:48


Medicamentos y disfunción eréctil. Pastillas que pueden estar jugando en tu contra

A veces no es la edad, ni la pareja, ni “estar en la cabeza”. A veces es tan simple —y tan complejo— como lo que tomamos cada día. La disfunción eréctil puede estar vinculada a medicamentos muy comunes a partir de los 50. Entenderlo, sin alarmas, abre puertas que devuelven calidad de vida.

No todo es "lo normal de la edad"

A partir de los 50 años convivimos con pequeñas y grandes batallas: la tensión que sube, el colesterol que no baja, el sueño que se fragmenta, la próstata que se hace notar, esa racha de ansiedad que llegó para quedarse. Con ellas, el pastillero crece. Y de pronto, la vida sexual -que ya venía pidiendo ajustes- se resiente más de la cuenta. Muchos hombres interpretan ese tropiezo como la confirmación de un mito resignado: "ya no tengo veinte años". Sin embargo, hay otra lectura, menos fatalista y más útil: quizá el cuerpo está respondiendo a fármacos que, mientras hacen su trabajo, interfieren en la maquinaria sutil de la erección.

La erección no es un interruptor; es un concierto entre vasos sanguíneos que se dilatan, nervios que transmiten señales y hormonas que afinan el deseo. Cualquier pieza que desafine puede estropear la melodía. Algunos medicamentos, por mecanismo o por efecto secundario, tienden a desafinarla: reducen el flujo de sangre a los genitales, "apagan" un poco el sistema nervioso, alteran la respuesta hormonal o, sencillamente, desinflan el deseo. No significa que sean "malos": significa que conviene mirarlos a la luz de lo que te está ocurriendo.

El papel silencioso de los fármacos comunes

Pensemos en la hipertensión, tan habitual como el café de la mañana. Durante años, ciertas familias de antihipertensivos -diuréticos tiazídicos o beta-bloqueantes antiguos- cargaron con la fama de enfriar la vida sexual. Hoy, muchos pacientes están bien controlados con otras opciones que suelen dar menos problemas, como los inhibidores de la enzima convertidora de angiotensina (IECA), los antagonistas de los receptores de angiotensina (ARA-II) o los calcioantagonistas. A veces, optimizar la tensión mejora incluso la salud del endotelio y, con ello, la función eréctil. No hay recetas universales, pero sí margen de maniobra.

Algo parecido sucede con la salud mental. Los antidepresivos han salvado vidas y matrimonios; también es verdad que ciertos ISRS o IRSN, en algunas personas, aplanan el deseo o dificultan la erección y el orgasmo. No es motivo para abandonar el tratamiento; sí para contarlo y explorar alternativas posibles, cuando proceda, como bupropión o mirtazapina, o ajustar dosis y tiempos. Las benzodiacepinas crónicas, por su parte, apagan el sistema nervioso con eficacia nocturna y resaca íntima: menos ansiedad, pero también menos chispa.

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La conversación se vuelve delicada cuando entran en escena la próstata y la alopecia. Finasterida y dutasterida, tan eficaces como controvertidas, pueden disminuir el deseo y favorecer la disfunción eréctil en un porcentaje de hombres. Conviene diferenciar: no es lo mismo tratar una hiperplasia benigna de próstata que una alopecia; en esta última, a veces existen caminos alternativos o ajustes de pauta que merecen ser discutidos con el dermatólogo. Con los alfabloqueantes (como tamsulosina) el efecto sexual más frecuente no es la erección, sino la eyaculación retrógrada, molesta para algunos, asumible para otros.

Y están los territorios menos visibles: antipsicóticos que bloquean receptores dopaminérgicos y aplanan el circuito del placer; analgésicos opioides crónicos que hunden la testosterona y, con ella, el deseo; diuréticos con efecto antiandrogénico como la espironolactona; tratamientos oncológicos que cambian reglas y prioridades. No es un paisaje para el miedo, sino para la precisión clínica: en qué punto estás tú, qué tomas, qué notas y desde cuándo.

Cuándo sospechar que es "cosa de las pastillas"

A la disfunción eréctil multifactorial -la de siempre- se le puede superponer un detalle revelador: el problema aparece poco después de introducir un fármaco nuevo o de subir una dosis, se mantiene constante incluso en momentos relajados, y no coincide con cambios en la relación ni con una racha anímica especialmente mala. Tal vez no hay erecciones matinales como antes. Tal vez hay somnolencia diurna o esa sensación de "freno de mano" que acompaña a ciertos tratamientos. No hace falta ser detective: basta con juntar fechas, sensaciones y franqueza.

La cita que cambia el guion

Aquí llega el punto delicado: pedir ayuda sin esconder nada y sin exigir imposibles. El primer paso es prosaico y poderoso: escribir una lista de todo lo que tomas -dosis, horarios- y un pequeño diario de dos semanas con sueño, estrés, actividad física, consumo de alcohol y presencia (o ausencia) de erecciones matutinas. Con ese material, la consulta se vuelve menos abstracta y más resolutiva.

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El objetivo de esa conversación no es "quitarlo todo" ni salir con una receta mágica. Es afinar. A veces el ajuste es tan simple como mover la toma a otro horario; otras, se propone cambiar de molécula dentro de la misma familia para ganar en tolerancia; en ocasiones, se valora añadir un tratamiento específico para la erección. Lo que nunca toca es improvisar por cuenta propia: ciertos fármacos requieren retirada gradual y, en el caso de los nitratos, hay combinaciones directamente prohibidas con los inhibidores de la PDE5 (sildenafilo, tadalafilo, vardenafilo) por el riesgo de bajadas brutales de tensión. Esa advertencia no es burocracia: es seguridad.

Más allá de la pastilla azul

Los inhibidores de la PDE5 o, la famosa "viagra", han devuelto confianza a millones de hombres y, usados con cabeza, son extraordinariamente útiles. Pero su mejor versión aparece cuando el conjunto acompaña: tensión bien controlada, corazón con el visto bueno del médico para la actividad sexual, ajuste de dosis y tiempos según el fármaco, y coordinación con otros tratamientos (por ejemplo, con alfabloqueantes, donde conviene espaciar tomas para evitar mareos). No son la única vía: bombas de vacío, terapia sexual, inyecciones intracavernosas y, en casos seleccionados, prótesis peneanas amplían el mapa. La buena noticia es que hay abanico; la gran noticia es que existe un plan para cada biografía.

El poder de lo sencillo

Mientras llega esa cita, o si ya haya llegado, conviene recordar que la erección también se alimenta de hábitos terrenales. Dormir y despertar a la misma hora suena a consejo de manual, pero estabiliza hormonas y sistema nervioso. Mover el cuerpo, y en particular entrenar fuerza dos o tres veces por semana, mejora la función endotelial, la sensibilidad a la insulina y la autoestima. Dejar el tabaco es un regalo vascular de primer orden; moderar o aparcar el alcohol durante una temporada da pistas valiosas. Reducir pantallas por la noche baja el ruido mental; reservar tiempo de intimidad sin presión de "resultado" devuelve juego y complicidad.

Nada de esto sustituye a un ajuste médico si el fármaco está dificultando la erección, pero todo suma. Y, a veces, ese 20% de mejoría que aportan los hábitos es justo lo que faltaba para que el resto funcione.

La salud sexual no es un capricho; es salud, punto. Preserva autoestima, vínculo y bienestar. Si tu medicación está metiendo ruido, no es una condena: es una pista. Hay alternativas, ajustes, combinaciones y caminos que se abren cuando se habla claro. La solución no siempre es inmediata, pero casi nunca es imposible. Entre la resignación y la exigencia de "volver a como a los veinte" hay un territorio habitable: el de la conversación honesta y el plan compartido.

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Sal del guion de "es lo que hay". Pide tu cita, cuenta lo que te pasa, pregunta por opciones. El pastillero forma parte de tu salud; también puede formar parte de la solución. Y en ese equilibrio, sin alarmas y con criterio, hay mucha vida por delante.

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