Subida del 2,7% en 2026, así han cambiado las pensiones con la reforma Escrivá
Publicado por Patricia Fernández, periodista
Creado: 10 de diciembre de 2025 18:34
| Modificado: 10 de diciembre de 2025 18:59

Durante años, las pensiones parecían una tómbola: cada enero, los pensionistas esperaban a ver “qué tocaba”. Hoy, con la reforma Escrivá, las reglas han cambiado. La subida del 2,7% para 2026 no es un milagro, pero sí un síntoma de algo nuevo: por fin el sistema ofrece certezas y nos obliga a pensar qué hacemos con ellas.
Índice
1. Por primera vez en mucho tiempo, el guion no se escribe en diciembre2. De los "ya veremos" al "sabemos a qué atenernos"
3. Menos ruido político, más matemática
4. El 2,7% no es una fiesta, pero sí un escudo
5. Autonomía para los autónomos, también en la jubilación
6. Certezas para hacer números, y para hacerse preguntas
7. Los "peros" necesarios para no dormirse en los laureles
8. Un sistema más adulto y una sociedad que debe estar a la altura
Por primera vez en mucho tiempo, el guion no se escribe en diciembre
Durante décadas, la escena se repetía: llegaba diciembre y, con él, el suspense. Los pensionistas encendían la televisión con una mezcla de esperanza y resignación. ¿Subirían las pensiones? ¿Mucho? ¿Poco? ¿Nada? La respuesta dependía menos de los precios del supermercado que del color político del Gobierno.
Ese escenario ha cambiado. La subida prevista del 2,7% para 2026 no es solo un porcentaje: es la prueba visible de que el "cómo" se decide ya no es una improvisación de última hora, sino una fórmula escrita en la ley. Y eso, en un país donde millones de personas viven pendientes de su paga mensual, es un giro importante.
De los "ya veremos" al "sabemos a qué atenernos"
La clave está en un artículo que, sobre el papel, suena frío, casi burocrático: el 58 de la Ley General de la Seguridad Social, modificado por la reforma Escrivá. Sin embargo, su impacto es muy relevante para quien vive de una pensión.
Traducido a lenguaje de calle: las pensiones contributivas -incluidas las mínimas- se revalorizan al inicio de cada año según la media del IPC de los doce meses anteriores, de diciembre a noviembre. Es decir, la subida responde a cómo han subido los precios en la vida real, no al humor del Consejo de Ministros.
La subida del 2,7% para 2026 nace exactamente de ahí: de ese cálculo medio. Ni de un capricho ni de un titular electoralista. Y eso ya es una primera victoria silenciosa para jubilados, viudos, personas con incapacidad permanente y autónomos retirados.
Menos ruido político, más matemática
No es que la política haya desaparecido de las pensiones, pero sí se ha dado un paso que muchos reclamaban: sacar el día a día de los pensionistas del vaivén de los ciclos electorales. Antes, una crisis económica podía servir de excusa para congelar o recortar. Ahora, la referencia es otra: cuánto se ha encarecido la vida.
Ese cambio tiene varias ventajas:
- Previsibilidad. Se puede estimar con cierto margen la subida de cada año según va evolucionando el IPC.
- Transparencia. La fórmula es pública: no hace falta descifrar mensajes ambiguos, basta mirar los datos.
- Estabilidad emocional. Saber que tu pensión no depende de un acuerdo de última hora rebaja la ansiedad de muchos mayores.
¿Significa esto que el sistema es perfecto? No. Pero pasar de la opacidad a una regla clara ya es un salto cualitativo.
El 2,7% no es una fiesta, pero sí un escudo
Es cierto: ver un 2,7% después de subidas del 8,5% o del 3,8% puede sonar a "poco". Sin embargo, hay un matiz que conviene recordar: el porcentaje no vive solo, vive pegado al contexto. Si los precios suben menos, la subida de las pensiones también será más moderada... pero suficiente para no perder poder adquisitivo.
Esa es la gran promesa del nuevo sistema: que la pensión camine al ritmo de los precios. No por delante, pero tampoco por detrás. No nos hará ricos, pero debería evitar que quien ya estaba ajustado pase a estar directamente ahogado por culpa de la inflación.
Y aquí aparece la reflexión de fondo: en una sociedad que envejece, puede que no haya mayor acto de respeto que asegurar, año tras año, que los mayores no pierden terreno frente al coste de la vida.
Autonomía para los autónomos, también en la jubilación
Si miramos a los autónomos, la fotografía sigue siendo incómoda en cuanto a cuantías, pero al menos tenemos un suelo más firme. La pensión media de jubilación de este colectivo sigue lejos de la de los asalariados, sí, pero ahora tiene un mecanismo de actualización garantizado.
Para muchos autónomos jubilados, eso significa algo casi nuevo: poder planificar. Saber que cada enero su pensión subirá en línea con el IPC les permite ajustar gastos, valorar si pueden ayudar a hijos o nietos, decidir si se mantienen viviendo donde están o buscan alternativas más baratas... No es una solución mágica, pero sí una base más sólida sobre la que tomar decisiones.
La reforma Escrivá, en ese sentido, no corrige todos los agravios del pasado, pero sí introduce una lógica mínima: si has trabajado toda tu vida, al menos tu pensión no debería perder valor cada vez que la inflación sube.
Certezas para hacer números, y para hacerse preguntas
La otra cara de esta mayor seguridad es que nos coloca a todos frente a un espejo incómodo: ahora que la revalorización está "blindada" por ley, ya no vale echar toda la culpa a la política de cada año. Toca preguntarse cosas más profundas.
Por ejemplo:
- ¿Son suficientes las cuantías de partida para vivir con dignidad, aunque se revaloricen bien?
- ¿Qué pasa con quienes encadenaron trabajos precarios o cotizaciones bajas durante décadas?
- ¿Cómo cuidamos, como sociedad, de las pensiones no contributivas, que dependen de decisiones presupuestarias?
La reforma ha resuelto una parte del problema (la actualización anual), pero ha dejado sobre la mesa otro: el del nivel de las pensiones. Y ese debate ya no se puede esconder detrás del IPC.
Los "peros" necesarios para no dormirse en los laureles
Poner en valor lo conseguido no significa dejar de señalar los puntos ciegos. Sí, la reforma Escrivá ha sido un avance importante. Sí, el 2,7% de 2026 protege, en buena medida, el bolsillo de los pensionistas frente a la inflación. Pero hay algunos "peros" que merece la pena no olvidar:
- Subidas moderadas, vidas ajustadas. Si partes de una pensión baja, una buena revalorización mantiene la dignidad, pero no elimina la sensación de vivir "justo siempre".
- Desigualdades arrastradas. La fórmula del IPC se aplica igual para todos, pero no corrige las diferencias de origen entre carreras laborales, géneros, territorios o colectivos como el de los autónomos.
- Dependencia del contexto económico. En un escenario de inflación muy baja, la subida también lo será. El escudo protege, pero no transforma la realidad de quienes ya estaban en el límite.
Estos matices no anulan las ventajas del sistema; al contrario, nos recuerdan que la revalorización ligada al IPC es un buen punto de partida, no el final del camino.
Un sistema más adulto y una sociedad que debe estar a la altura
Quizá la verdadera virtud de la reforma Escrivá no esté solo en el porcentaje anual, sino en el mensaje que envía: las pensiones dejan de ser una herramienta de campaña y se convierten, por fin, en una política de Estado más previsible.
Eso nos obliga también a madurar como sociedad. A entender que un sistema público de pensiones digno no se sostiene solo con leyes, sino con empleo de calidad, cotizaciones suficientes, control del fraude y un debate honesto sobre prioridades presupuestarias.
La subida del 2,7% para 2026 es una buena noticia. No porque sea espectacular, sino porque confirma que la regla funciona. A partir de ahí, la pregunta ya no es solo "cuánto sube mi pensión", sino "qué modelo de vida queremos para quienes sostuvieron el país durante décadas".
Y esa reflexión, más que un dato técnico, es una invitación: aprovechar las certezas que ahora tenemos para exigir, con calma pero con firmeza, algo tan sencillo y tan ambicioso a la vez como esto: que en España, jubilarse no signifique tener miedo al próximo ticket del supermercado.
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