A Pepa, Mujer con mayúscula

En el momento que escribo estas líneas, se celebra el Día Internacional de la Mujer. Recuerdo a Pepa ahora y cada día. Durante los años que trabajó en casa, fue primero "la señora de la limpieza", luego, "la cuidadora" de mi madre enferma, su amiga, su confidente, y más tarde, "la abuela" de mis hijos.

Mi madre murió joven, y, en realidad, fue Pepa, sin proponérselo, la voz de la conciencia que me ayudó a aterrizar en el lado duro de este mundo, en aquella España de posguerra que se reponía entre la miseria y el discreto encanto de la burguesía.

Pepa, nacida en Alhaurín el Grande, empezó a trabajar con 9 años en Melilla, pobre niña pobre. El balance de su vida en el Madrid de los 40 se saldaba con 5 hijos pequeños y un marido que la había dejado en la estacada. Pero siguió luchando, valiente, honesta, inteligente, alegre, para sacar a sus hijos del fondo de la cueva a "bocaos", como una loba. Sólo pudo salvar a tres.

Ya mayor, me contaba su historia a jirones. Y yo iba hilando la tragedia y tejiéndola con la cara amable de la vida. Todo es la vida. ¡Podía haber sido tan feliz...! Mujer víctima de la ignorancia, de la injusticia, de los tiempos, de toda la sociedad... Nunca arremetió contra nada ni contra nadie.

A veces, miraba fijamente a lo lejos y sonreía. Me hablaba de un barco que la esperaba en la bahía de Málaga. Cuando se ponía mustia, decía que le dolían los huesos. Yo creo que le dolía el alma.
Pepa, que justamente sabía leer y escribir, me enseñó de la forma más elegante y hermosa hasta que punto una mujer puede ser grande.