Recordar: evitar el riesgo de caer en la nostalgia
La palabra «nostalgia» se acuñó en el siglo XVII, a partir de las raíces griegas nostos (´regreso´) y algos (‘dolor’), para designar la enfermedad que afectaba a los soldados durante las campañas militares del rey Luis XIV de Francia: echaban tanto de menos su patria que caían enfermos y tenían que ser repatriados a sus hogares.
Cuando se emprende la tarea de transmitir, hay que luchar contra varias tentaciones. La primera, ciertamente, es la de idealizar el pasado: «¡En mi época todo era mejor que hoy!». La nostalgia puede impedir que disfrutemos del presente y convertir el pasado en un monumento intocable, sagrado, congelado, al que no nos atrevamos ni a acercarnos siquiera. Transmitir no consiste en ser el conservador de un museo; es poner nuestra propia piedra en el edificio de la historia y enseñar a nuestros sucesores a seguir construyéndolo.
También existe la tentación opuesta, es decir, la de rechazar el pasado: «Mi vida ha sido sencilla, corriente; y la de mis padres también... No hay nada que contar, nada importante, solo algunas anécdotas...». Ninguna vida es banal, simple o común. Todas son únicas, enriquecidas por una herencia biológica, psicológica y social únicas, insertas en un contexto social y temporal únicos. Si solo se escribieran las biografías o las memorias de los personajes «notables», por así llamarlos, ¡los estantes de las bibliotecas estarían casi vacíos!
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